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    Felipe Santiago Salaverry del Solar (Lima, 3 de mayo de 1806-Arequipa, 18 de febrero de 1836) fue militar y político peruano, el presidente más joven que tuvo el Perú y el más joven en morir. Era un militar muy ilustrado, con afición a la lectura y con talento para la escritura. En 1835 se rebeló contra el presidente Luis José de Orbegoso y tomó el poder. Gobernó apenas un año, de febrero de 1835 a febrero de 1836. 

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    APRESAMIENTO DE SALAVERRY Y LAS SENTENCIAS CONTRA ÉL Y SUS PRINCIPALES ADEPTOS MILITARES

    Cuando trataba de huir a la costa, Salaverry fue apresado por partidas colocadas previsoramente por Santa Cruz, con el objeto de interceptar la retirada. Al entregarse, junto con otros jefes, el general Miller, obtuvo garantías sobre su vida. Se adujo luego que Miller no estaba autorizado para darlas y los prisioneros fueron sometidos aun Consejo de Guerra, con miembros de nacionalidad peruana, a excepción del presidente, general Francisco Anglada. El juicio fue muy rápido y los encausados tuvieron que defenderse solo con contestaciones verbales a las preguntas que les hicieron, sin que apareciese su firma en el expediente respectivo. 

    El doctor Arturo Villegas Romero en su tesis Apuntes de un decenio de la historia de la República 1830-1840 describe: El 8 de febrero  Santa Cruz designaba a un Consejo de Guerra que debía juzgar a los vencidos en Socabaya. En sus memorias dice el Deán:  que cuando tuvo conocimiento de la formación del mencionado consejo , ocurrió entre él General Santa Cruz  el diálogo siguiente:

    "Señor General habrá Ud. desconocido que su victoria ha sido providencial. Hágala Ud. más gloriosa y no la manche  con la sangre de tantos peruanos distinguidos. Observe Ud. que esa sangre fecundará  un partido formidable contra Ud. Sea Ud. generoso y el Perú le quedará muy agradecido. San Cruz  le contestó con lentitud: no yo, sino la ley será que los condene. No me hable más  Dr. de esto. el Consejo está encargado de juzgar a los prisioneros y debe decidir acerca de la suerte de ellos. Valdivia le dijo entonces:  Salve Ud. al menos al doctor D. Andrés Martínez, cuya familia como Ud. sabe esta emparentada con las de alta clase en esta ciudad. San Cruz se separó a un lado, tomo un cuaderno, se lo lanzó a Valdivia y le dijo: Váyase a la otra sala  a leerlo y devuélvalo. Valdivia se fue al corredor de la prefectura, cuya casa ocupaba Santa Cruz. Valdivia abrió el cuaderno, y era un anota muy larga del Dr. D. Andrés Martínez, que como Secretario General d e Salaverry, por orden de éste dirigía al General Orbegoso al Norte , para que persuadirle se uniese a Salaverry contra Santa Cruz. El conductor de esta nota debía ser Iguaín".

    La mencionada nota, fue encontrada en borrador entre los papeles que dejó Salaverry, en su rápida fuga a Challapampa. En ella disuadía a Orbegoso de su proceder como mandatario, haciéndole ver que la Confederación resultaba antinacional y que el Jefe supremo s ele sometería con tal, que se decidiera a arrojar d el Perú a Santa Cruz. en ese documento , también hace un ligero análisis de la confederación.

    El destacado intelectual y hombre de letras Dr. Don Francisco Mostajo, a quién más tarde Arequipa le rindiera el tributo que merece , un hombre que como el se ha sacrificado tanto por el terruño y que sigue siendo para muchos incomprendido todavía, refiriéndose a dicha comunicación se expresa en estos términos: "Pertenece a esa época de la vida culminante de Martínez el documento que , brotado de su pluma y de su genio, permitirá a los  postreros juzgar del poderío de su pensamiento analítico y de la soltura de su invencible verbo, ya que su flemática índole o su despreocupación filosófica no le permitió legar a la posteridad el volumen que cristaliza una fama. .. Martínez con reflexión potente , análisis irrebatible, lógica vigorosa, elocuencia, profunda, hace el diagnóstico de la "confederación" y lo hace de  tal manera que avasalla irresistiblemente el criterio , no seduciéndolo , sino convenciéndolo . Quizá la nota de Martínez es el documento más magnifico que ha producido nuestras ásperas luchas por la nacionalidad y la democracia".

    El Dr. Martínez, fue tomado preso por Miller, pero conociendo la suerte que le esperaba, dio orden para que fuera puesto en libertad. Martínez, se fue a su hacienda en Tambo, refugiándose en los montes.

    Desesperado Santa Cruz de que no llegase entre los prisioneros Martínez, mandó a buscarle a su hacienda , en la cual fue bárbaramente atormentado su mayordomo, sin que se arrancara de sus labios una sola sílaba y más bien sí de su pecho un continuo quejido de dolor. Es así como salvo la vida esa figura eminente de Arequipa.

    Cuenta la tradición que las damas arequipeñas atendieron cota solicitud  a los prisioneros, disputándose el honor de enviarles  los más ricos y sabrosos manjares, lo que obligó a decir a Fernandini: "Más vale en Arequipa ser prisionero que Prefecto, pues ahora me regalan y nada merecí cuando Prefecto".

    El Consejo de Guerra , fundándose en el decreto de guerra a muerte del Jefe supremo del Perú, le condenó a él junto con otros jefes, sin que d e nada valiera las súplicas continuadas del Deán Valdivia y de las gentes de todas las clases sociales de Arequipa, para que Santa Cruz cambiara de parecer. Sólo el Coronel Baltazar Caravedo, se negó a firmar la sentencia de muerte contra Salaverry y sus compañeros de infortunio.

    Después de muchas súplicas, fueron perdonados algunos jefes como Boza y Arancibia , cuya pena fue conmutada por la de diez años de presidio, y a Deustua, cuando ya  se hallaba sentado en el patíbulo , según se dice.


    Fue condenado Salaverry a la pena de muerte el 18 de febrero, junto con sus principales jefes, que también habían caído prisioneros. Eran ellos el general Juan Pablo Fernandini y los coroneles Camilo Carrillo, Miguel Rivas, Gregorio del Solar, Juan Cárdenas, Manuel Valdivia, Julián Picoaga y Manuel Moya. Sentenciados a muerte quedaron también los jefes Valentín Boza, Sebastián Fernández, José Arancibia, Lucas Rueda y Ramón Machuca, cuya pena de muerte resultó luego conmutada en diez años de presidio. Casimiro Negrón fue condenado a la deportación. 


    Entre los otros encausados del ejército salaverrino, Melchor Valle murió en la cárcel, Julián Montoya recibió la pena de destierro y a Alejandro Deustua, Antonio Osorio, Rudecindo Beltrán, Florentino Víllamar, Sebastián Ortiz, José María Meléndez y José Gallegos correspondió también la expatriación. Alrededor de veinte militares, en total, marcharon al confinamiento en Mojos y Chiquitos. "Tres siglos atrás los dulces antepasados de Santa Cruz procedían de la misma manera", dice el historiador chileno Francisco Encina.

    La sentencia contra Salaverry se refirió únicamente a los 15 jefes nombrados primero, de los cuales ocho murieron con el caudillo. Ninguno de ellos pasaba de los 35 años. Mencionó esa sentencia, en sus considerandos el decreto de guerra a muerte, la sublevación del Callao contra el gobierno legítimo, la contumacia en la rebeldía, los males causados por la guerra civil, la necesidad de un escarmiento ejemplar. Como fundamento jurídico, se apoyó en el artículo 26, tratado octavo, título diez de las Ordenanzas Generales del Ejército. Según Salaverry, en su protesta final ante el Consejo de Guerra verbal reclamó por la incompetencia de este tribunal y por la imposibilidad de vindicarse a tan larga distancia de sus papeles justificativos. "Me retiré después y he sido condenado".

    Santa Cruz escribió a Orbegoso una carta el mismo día que firmó la sentencia, para decirle que los caudillos eran culpables del permanente estado de agitación; que el castigo ejemplar era necesario y que mientras más altos fuesen los personajes, menos indulgencia merecían. Coincidía con el texto de la sentencia, en la que se lee la siguiente frase; "La impunidad de los delincuentes de rebelión ha fomentado la perpetración de este delito".


    LOS ÚLTIMOS DOCUMENTOS DE SALAVERRY

    El 18 de febrero de 1836, a las cinco y media de la tarde, se realizaron los fusilamientos en la Plaza de Armas de Arequipa. En capilla, Salaverry redactó una viril protesta. 

    "Protesto ante mis compatriotas, ante la América, ante la historia y la posteridad más remota, del horroroso asesinato que se comete conmigo’. .."Peruanos, americanos, hombres todos del universo, ved aquí la bárbara conducta del conquistador con un peruano que no ha cometido delitos, que no ha tenido otra ambición que la felicidad y la gloria de la patria". 

    Hizo testamento declarando que carecía de bienes raíces, que se le debía sus sueldos y que tenía acreedores. ¡Y este hombre había sido dictador del Perú! Se despidió de su esposa en dos cartas que debieron incorporarse a las antologías de la literatura romántica hispanoamericana. En la última, escrita dos horas antes de morir, dice: 

    "Te he querido cuanto se puede querer y llevo a la eternidad un pesar profundo de no haberte hecho feliz. Preferí el bien de mi patria al de mi familia, y al cabo no me han permitido hacer ni uno ni otro".

     ¡Patéticas y bellas palabras! Ellas comprendían toda la tragedia de la política peruana.

    En la plaza mayor se encuentra una placa donde se muestra  una de las cartas que  el General Felipe Santiago Salaverry, envió a su esposa, Juana Pérez de Salaverry  antes de ser fusilado. Fechada el 17 de febrero de 1836. 


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    Nota: En la tarde y noche del 17 de febrero de 1836 antes de ser fusilado el General Salaverry, fue llevado a la capilla de la Cárcel del Cabildo, actualmente está se localizaría en la biblioteca del Club de Arequipa. Historia de Arequipa, Volumen 2. Por Germán Leguía y Martínez.

    Estando en capilla redactó Salaverry varios documentos: dos cartas a su esposa, que por su contenido y estilo debían ser incorporadas a las antologías de la literatura romántica hispanoamericana en opinión del historiador Jorge Basadre.


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    LOS FUSILAMIENTOS.

    El doctor Arturo Villegas Romero en su tesis Apuntes de un decenio de la historia de la República 1830-1840 presentada en la Facultad de Letras de Arequipa y que fue un aporte truncado pues falleció como un héroe, muy joven, en las jornadas arequipeñas de 1950, compendió la narración de los fusilamientos publicada por Juan Gualberto Valdivia en el periódico El Yanacocha. Se realizó de la siguiente manera: 

    "Como ya estaba determinado que la muerte sería la pena de los vencidos, se pagó al maestro pintor Pedro Zegarra por ocho silletas blancas que se le tomaron para banquillos de los reos. Los asientos fueron colocados desde la pila hacia el Portal de Flores, dando la espalda a la Catedral. 

    Una enorme multitud se había congregado en la Plaza Mayor... Cuando todo estuvo dispuesto, se dio la orden de que salieran los reos de su prisión y que fueran conducidos al lugar del suplicio. Fernandini, cuando llegó al lugar destinado para este, se halló con Salaverry que ocupaba la primera silla y quedó parado, con capa, mirando a Salaverry. Los demás pasaron y de ellos Moya fue a tomar la última silla próxima al Portal Nuevo. Moya fue el más sereno de todos. Para sentarse recogió la levita hacia delante, puso la pierna derecha sobre la izquierda y las manos en las faltriqueras laterales del pantalón y miró con gravedad y sin afectación hacia varias partes. Con menos serenidad, tomaron asiento en seguida de Moya, los coroneles Picoaga y Solar. Quienes lloraban hincados al pie de los sacerdotes que los reconciliaban fueron Cárdenas, Valdivia y Carrillo. Salaverry se reconcilió sentado y con gorra que se quitó al pasar un sacerdote con el crucifijo y se la volvió a poner".

    "La línea de tiradores, como a seis pasos de distancia de los reos, miraba hacia ellos, dejando interponerse a muchos sacerdotes que auxiliaban. Fernandini, continuó parado hacia la derecha de Salaverry y hacia la izquierda de los tiradores y, por consiguiente, parecía más un espectador. A su lado izquierdo se le acercó el señor gobernador eclesiástico y a su derecha el guardián de la Recoleta. Como los demás reos se habían ya sentado, se hizo la señal por ser la hora (cinco y media de la tarde en punto). Los tiradores de la derecha descargaron primero y los de la izquierda después por la interposición de tantos sacerdotes que no se alejaron a tiempo. Cayeron todos y quedó Salaverry que se paró y corrió algunos pasos detrás de la silleta y volvió a hacer la señal con la mano para que no le tirasen diciendo con voz gruesa "la ley me ampara’. Descargaron, sin embargo, los soldados, y cayó muerto".

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    Villegas Romero narra a continuación cómo escapó Fernandini hacia el portal de San Agustín y cómo fue cogido por un paisano y luego muerto por los soldados: 

    Fernandini partió  de donde se mantuvo parado y que no se le tiró, hacia al portal de San Agustín. Para salir del cuadro de tropa que cercaba, abrió  con ambas manos a los soldados que le dieron paso: marchó apresurado sin correr por en medio de poco paisanaje que había  en se lado d el aplaza y que le abrió camino. Tras él corrió  un oficial  y como seis soldados, pero Fernandini seguía a medio trote entorpecido. Por delante del Portal de san Agustín ,hay una acequia de media vara de ancho , y cuando  Fernandinbi hechó  el pie al otro lado, gritó  el oficial que estaba persiguiéndole, a un paisano que se hallaba proximo a Fernandini: "Cógelo" y el paisano le echó mano y le detuvo. El paisano fue el "chileno" Manuel Díaz, que  estuvo mucho tiempo radicado en nuestra ciudad cobrando la pensión de las regatonas. entonces  uno de los soldados le dio a Fernandini un golpe de fusil y le  metió bayoneta hasta el tubo que al tirar el fusil se la dejó dentro del cuerpo, sin embargo, se iba a levantar y otro soldado hizo la misma  operación, y otro le dio con la culata a manera e garrotazo, se movía Fernandini y respiraba con mucho esfuerzo. Los soldados que lo persiguieron no habían tenido cargado los fusiles y cuando lo cargaron, le tiraron la cabeza dos o tres tiros, que se desviaron , hasta que otro soldado le dio el tiro que le pasó la garganta y otros que repitieron cuando se movía un poco. De allí se tomó el cadáver  y se le llevó a la Compañía , como a los otros.

    Los cadáveres de los fusilados, fueron velados en diferentes templos , y al día siguiente fueron inhumados en el cementerio de la Apacheta.

    Se comisionó  al Sargento Mayor don  Bernardo Casapía, para que diera sepultura a los cadáveres d elos nueve reos que habían sido ejecutados, pagándole la suma de diecinueve pesos cuatro reales, por jornales de cargadores y apertura de sepulcros.

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    Se ha dicho que Salaverry exhortó al pelotón de fusilamiento antes de que disparase y que la primera descarga fue al aire, sin herirlo; pero luego (según esta versión) un soldado lo mató y vino enseguida la segunda descarga a quemarropa.

    Bilbao (escritor chileno), afirma que las últimas palabras de Salaverry fueron: 'Soldados, ¿no me conocéis...? ¿Qué...no sabéis a quién fusiláis?’.

    Si exclamó: "La ley me ampara" ¿qué significó esa frase? Probablemente no solo intentó explicar que la pena estaba cumplida de acuerdo con las ordenanzas militares. Acaso existía en estas palabras una alusión a la forma como se había sustanciado el juicio en su contra y a los términos y el espíritu de la sentencia que lo había condenado. Si ello fue así, ratificó verbalmente, en el instante mismo de morir con denuedo y altivez, la protesta que había hecho por escrito cuando estaba en capilla.

    Aquel día vistió Salaverry casaca azul, sencilla, de paño, con el cuello celeste; y su uniforme con morrión ordinario, era el de un soldado peruano.

    Cuando entregó su alma a Dios fue seguramente como si devolviera un arma.

    La vida es así. Despierta en el hombre las más espléndidas ilusiones, le abre la perspectiva para el ejercicio de sus mejores aptitudes. El hombre se lanza a la aventura, se siente capaz de todo, corre tras de la fama, el honor o el placer; pero la vida se los niega y lo abandona en cual-quier encrucijada.

    En un artículo publicado en El Comercio el 29 de octubre de 1857, Toribio Pacheco trató de contradecir la versión favorable a Salaverry que difundió Manuel Bilbao en su entusiasta biografía del caudillo. Pacheco negó que Salaverry encarnara a una nueva generación porque pertenecía a la misma que había actuado turbulentamente desde la Independencia; censuró que invocara a la libertad cuando erigió un rígido despotismo y que hiciese promesas de reforma en tanto que la reforma sustancial tenía que herir a la arbitrariedad militar; y recordó que el anunció de la convocatoria a una Asamblea Nacional hecha a comienzos de 1835 venía a producirse cuando iban a tener lugar las elecciones al amparo de la nueva Constitución. 

    El gran jurista, que así pretendió tomar una intransigente actitud crítica (en la época en que acompañaba a otro caudillo militar, Vivanco, en su última y cruenta aventura levantisca) desconoció, lo que, a pesar de esta negativa, tuvo Salaverry de sincera ilusión regeneradora. Pero aun cuando en el instante de su pronunciamiento en el Callao hubiera podido Salaverry aparecer como otro caso más precoz y por lo tanto más extraordinario de impaciencia en la ambición, luego su lucha en nombre de la nacionalidad adquirió un significado distinto. Si bien antes, en 1823, en 1827, y en 1829, emergieron momentos de exaltación peruana frente al extranjero, Salaverry llevó esta mística nacional a una tensión máxima. Unida en él dicha mística a una actitud de imperiosa arrogancia y de perenne ofensiva, reveló además, con su energía, a veces implacable y con sus decretos inspirados constantemente en un puritano deseo de bien público que una feble experiencia vuelve rara entre nosotros, la aspiración, a veces contradictoria pero generosa, hacia un Perú grande, con alma militar y militante, muchas veces olvidada o adormecida.


    LA VUELTA DE LOS AJUSTICIADOS A LA PLAZA DE ARMAS DE AREQUIPA. 

    Los ajusticiados en la plaza de Arequipa volvieron a ella. Villegas Romero, ya citado, dice refiriéndose a los honores fúnebres efectuados en esa ciudad en abril de 1839: "Se mandó que todos los ciudadanos vistiesen de luto, que las iglesias doblaran y que cada 15 minutos se hicieran disparos de cañón... y que los restos de Salaverry y de sus compañeros fueran trasladados del Cementerio de la Apacheta al de la Recoleta. El 14 empezaron los dobles de las campanas y por la tarde, acompañados por las corporaciones, autoridades, jefes, oficiales y pueblo fueron trasladados los restos de la víctima de Socabaya junto con los de sus compañeros de infortunio a la Catedral, donde fueron depositados en imponentes túmulos rodeados de piras encendidas. En cada uno de ellos se colocó inscripciones adecuadas a los méritos de las víctimas... En la plaza pública, en la misma plaza donde fueron fusilados se colocaron las nueve sillas que sirvieron de patíbulo. Sobre una de ellas se colocó el bastón que había servido de apoyo en los últimos momentos a Salaverry... Con gran concurso el 17 fueron trasladados los restos de Salaverry y de sus compañeros al cementerio de la Recoleta. La ceremonia se efectuó en la tarde y a la misma hora y en el mismo sitio donde fueron fusilados y, colocados los cadáveres delante de las sillas que ocuparon las víctimas, se detuvo el cortejo breves instantes, mientras en la Catedral y demás templos de la ciudad se elevaban plegarias al Altísimo".


    LOS RESTOS DE SALAVERRY

    La ley de 25 de setiembre de 1839 dada por el Congreso de Huancayo ordenó que se rindieran homenajes nacionales a la memoria del general Salaverry y de los jefes y oficiales fusilados en la Plaza de Armas de Arequipa. En toda las capitales de departamento y de provincia debían celebrarse, por cuenta del Estado, exequias solemnes por el alma de esos patriotas; a los restos del caudillo correspondía un sepulcro de mármol en un mausoleo erigido por el Estado, la esposa e hijos podían percibir el sueldo íntegro correspondiente a general de división.

    El traslado de los restos del caudillo no fue llevado a cabo sino veinte años después, en octubre de 1859, cuando los recogió en Arequipa el coronel Juan Antonio Ugarteche a pedido de doña Juana Pérez de Salaverry.

    Los funerales tuvieron carácter oficial y se efectuaron en la iglesia de La Merced de Lima el 30 de noviembre de dicho año. En el cementerio los restos quedaron sepultados en un nicho. Antes de los discursos, un viejo soldado de Coraceros arrojó sobre ellos una corona de hojas verdes.

    En 1864 doña Juana Pérez de Salaverry dio al coronel Ugarteche el encargo de que trasladara a Lima los restos de los demás fusilados en la Plaza de Armas de Arequipa. Ellos llegaron en dos cajones al Callao el 11 de enero de 1865 para ser depositados en el convento de Santo Domingo. El Gobierno de entonces, seguramente por las preocupaciones políticas, no atendió a este asunto, a pesar de la solicitud de Felipe Santiago Salaverry, hijo. El mausoleo del caudillo fue erigido solo en 1867 y existe en la actualidad.

    El Congreso ordenó, poco después, construir otro para los demás fusilados (resolución legislativa de 25 de noviembre de 1868). Los restos de ellos fueron trasladados al cementerio en una ceremonia oficial el 16 de febrero de 1869. Estuvieron depositados en el cuartel Santa Ana; pero al ser vendida esa zona, desaparecieron. Las búsquedas minuciosas de una comisión del Centro de Estudios Histórico-Militares en 1953 para encontrarlos, no tuvieron éxito.

    Mausoleo del General  Salaverry en Lima.

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    LA CASACA DE SALAVERRY

    El decreto de 12 de marzo de 1846 de Castilla y su ministro José Gregorio Paz Soldán ordenó que fuera colocada en el Museo Nacional la casaca con que Salaverry estuvo en la batalla de Uchumayo y Socabaya y con la que se hallaba vestido en el cadalso, al ser ejecutado en la plaza de Arequipa. Debía ser puesta esta reliquia entre vidrieras, en un lugar convenientemente adornado y de modo que se presentara toda entera a la vista de los espectadores para que pudiesen contarse los balazos que la atravesaron y se viera la sangre que aún conservaba.


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    Fuente:

    • Historia de la República del Perú , Tomo II. Jorge Basadre.
    • Un decenio de la historia de la República 1830-1840. Arturo Villegas Romero.