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    (*Arequipa, 26 de septiembre de 1795  -   Lima, 9 de agosto de 1869 ). Médico, abogado, escritor, político y magistrado arequipeño. Fue ministro general (1842); presidente del Consejo de Ministros y ministro de Gobierno, Culto y Obras Públicas (1859-1860); ministro interino de Relaciones Exteriores (1860); vocal de la Corte Suprema; senador y presidente del Senado (1861-1863). Así como decano del Colegio de Abogados de Lima. Destacó también como mecenas de poetas y auspiciador de certámenes y tertulias literarias. 

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    Datos Biográficos


    Sus padres fueron:  Josef Carpio y Manuela Tomasa Melgar Domínguez, se bautizó de un día de nacido  en la Parroquia del Sagrario  con el nombre de Miguel Damián Carpio Melgar, el 27 de septiembre de 1795, por lo que podemos afirmar que nació el día 26 de septiembre. Desconocemos porque después adoptó el apellido Del Carpio que es el apellido con el que se le puede encontrar en muchas fuentes biográficas. Su madre era hija del modesto hogar conformado por Juan de Dios Melgar Sanabria y María Josefa Domínguez Peredo  (Primera esposa de Juan de Dios Melgar), Miguel Carpio Melgar, fue tío de Mariano Melgar Valdivieso, el héroe de Humachiri.




    Partida de Bautizo.

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    Mariano Melgar Valdivieso "El mártir de Humachirí". Sobrino de Miguel Carpio Melgar.

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    Estudios



    Cursó Teología y Latinidad en el Seminario de San Jerónimo, de su ciudad natal. En 1815, en contra de la voluntad de su padre, se trasladó a Lima para seguir la carrera de medicina. Al mismo tiempo se imbuía de los clásicos de la literatura francesa y aprendía la lengua inglesa. El 23 de mayo de 1819 se graduó de bachiller en artes y medicina en la Universidad Mayor de San Marcos.


    Antiguo Seminario San Jerónimo en la Calle San Francisco, Arequipa.

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    Trayectoria



    Al establecerse en Huaura el Ejército Libertador se incorporó a sus filas en 1820. Concurrió a la entrada en Lima (9 de julio 1821) y la proclamación de la Independencia. Participó en el primer sitio del Callao hasta la rendición de la fortaleza a las órdenes del general en jefe José Gregorio de las Heras en 1821.


    Sucesivamente, fue ascendido a teniente segundo (10 de agosto 1821) y teniente primero (15 de noviembre 1821) formando en las filas del Batallón Nro 1 Cazadores del Perú, se halló en el desastre de La Macacona  el 6 de abril 1822.



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    Hizo la campaña de Ica y de la Macacona a las órdenes del general Domingo Tristán hasta que cayó prisionero el 7 de abril de 1822. Su cautiverio duraría dos años, diez meses y cuatro días en la isla de Esteves, Puno. De ahí fue conducido por los españoles a Santa Cruz de la Sierra en 1823, donde sirvió como cirujano en las fuerzas del general Francisco Aguilera. Recobró su libertad al quedar sellada la independencia del Alto Perú (1825), y en febrero de ese año se reincorporó al ejército, al organizar Sucre su. gobierno, lo empleó en el Ministerio de Hacienda además también le confirió el oficio de fundidor mayor de la Casa de Moneda de Potosí.


    Estuvo en la campaña contra el general Pedro Antonio Olañeta en el Alto Perú, hasta la victoria de Tumusla en 1825, a las órdenes del citado gran mariscal. 


    Representó a Potosí en las legislaturas reunidas allí durante los años 1826,1828 y 1831; opto titulo de Abogado en la U. de Chuquisaca (1830) y cuando el general Andrés de Santa Cruz inició la formación de la Confederación Perú-Boliviana, le confió la oficialía mayor del Ministerio de Gobierno del Estado Sud Peruano (1836), cargo desde el cual paso a ser ministro en el mismo despacho (1836) y ministro general (1838). Fomentó entonces la edición de La Estrella Federal (Cuzco, 1 enero de  1837 a 1 de enero de  1839), para presentar las providencias adoptadas por la administración del Estado y defender el programa político de la confederación.



    Batalla de Yungay.

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    En 1839  fue fiscal de la Corte Superior del Cuzco. Al quedar disuelta la confederación por efecto de la batalla de Yungay (20 de enero de  1839), parece que alternó sus funciones judiciales con la edición de La Libertad Restaurada (Cuzco, 1839 1841), que censuró los alcances autoritarios del poder ejercido por Santa Cruz y destacó las conveniencias de la restauración de la unidad peruana. 


    Pasó a ejercer en Lima la dirección del diario Oficial  El Peruano en 1841; requerido por el general Juan Crisóstomo Torrico, asumió funciones de ministro general durante su breve administración (16 de agosto al 20 de octubre 1842); y a consecuencia de la derrota sufrida por este caudillo en el combate de Agua Santa, hubo de salir desterrado a Chile.


    Retornó en 1844, tras el triunfo de la revolución constitucional que iniciaron los generales Domingo Nieto y Ramón Castilla. 


    Fue nombrado Ministro de Gobierno y miembro del Consejo de Estado, separóse de su despacho, por enfermedad, al cabo de un año; y siendo también miembro del Consejo de Estado, desde 1845, ejerció la primera vicepresidencia durante los años 1852 -1854 en el Gobierno de Echenique. Incorporado a una vocalía de la Corte Suprema (29 de abril de 1851), cesó en sus funciones después de la batalla de La Palma (5 de enero de 1855).


    Al ser considerado partidario del derrocado gobierno de Echenique, se consagró al ejercicio profesional y al periodismo. Elegido decano del Colegio de Abogados de Lima (1859); fue luego ministro de RR.EE. (15 de septiembre 1859 a 13 de junio de 1860); elegido senador por Cuzco (1860), mereció que se le confiara la presidencia de su cámara y de la Comisión Permanente del Poder Legislativo (1861); y restablecido en la vocalía de la Corte Suprema (1867 1869).  Fue también uno de los cincuenta y cuatro fundadores de la Hermandad de Caballeros del Santo Sepulcro del Templo de  Santo Domingo, fundada el 29 de abril del año de  1870.


    Falleció en la ciudad de Lima el 9 de  agosto de 1869.




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    Obra Poética



    Su mediana vocación poética nació bajo la influencia de Mariano Melgar, el poeta fusilado en 1815 por los realistas y que era su tío materno. José Toribio Polo lo incluyó en El Parnaso Peruano o repertorio de poesías nacionales antiguas y modernas (1862), antología de poesía peruana, donde también figuran, entre otras medianías poéticas, composiciones de Manuel Bartolomé Ferreyros.


    Su mejor composición, una "Oda al Misti" (volcán de Arequipa), editada en Arequipa en 1832 y que se volvió a reeditar en la "Lira Arequipeña"  en 1972  por Artemio Peraltilla Diaz.


    Otras composiciones suyas, entre odas anacreónticas y silvas amatorias, aunque están bien trabajadas en la forma, son muy pobres en el fondo. No obstante, los poetas de su tiempo le guardaron mucha gratitud pues recibieron de él generosa protección. Su casa fue el centro de una activa tertulia de la Bohemia Limeña.​ Fue amigo personal y mecenas de Ricardo Palma.



    AL MISTI,

    Volcán de Arequipa.


    Inmensa mole que del Dios eterno 
    Ostentas el poder; volcán terrible, 
    Que abrigas en tu seno al mismo infierno, 
    Y que el dedo invisible
    Del miedo y del terror siempre enseñado. 
    Al pueblo de las gracias y las risas 
    En tus calladas iras tiranizas: 
    Salve, mil veces salve, que pasando 
    Por tu estancia sombría y solitaria, 
    Advierto cuán precaria 
    Es la existencia mía, 
    Si enojo tu quietud, si se desvía 
    La descuidada planta, 
    Si no acato y venero 
    Tu majestad que espanta,
    Tu continente silencioso y fiero: 
    Salve, monte encumbrado, 
    Que de lluviosa nube encapotado, 
    La vista escondes do tus canas sienes, 
    Y en misteriosos velos encubierto 
    Entre el cielo y la tierra te mantienes 
    Como el Dios del silencio y del desierto.


    En vano braman los altivos vientos, 
    Y circundando el corpulento tronco, 
    Embaten, chocan, hieren, y con ronco, 
    Con furibundo ruido mil portentos 
    De saña y de furor obran en vano; 
    Enhiesto y soberano
    Burlas su eterno afán, su empeño necio, 
    Y en tu poder posando, 
    Dejas que en ira y rabia reventando 
    Ni tu temor exciten, ni tu aprecio.


    El sol te vibra desde su alto asiento 
    Rayos de fuego intenso y continuado; 
    Pretende derretir hasta el cimiento 
    En que estás levantado, 
    Y sus rayos se estrellan en tus cielos 
    Y vuelven rechazados á los cielos. 
    En vano centellea y se embravece; 
    Su ardoroso poder en ti parece, 
    Y si llega á existir es solamente, 
    Para que á cual monarca
    De toda cuenta sierra el mundo abarca, 
    Al salir del Oriente, No obstante de la luz padre absoluto, 
    Te ofrezca humildemente su tributo. 
    La luna silenciosa
    Desde su alcázar pálido te mira;
    Se asombra al ver que tu ira 
    Tres bocas abre que bostezan fuego, 
    Que azufre exhala y que hediondo aliento 
    Entremezclan al viento, 
    De miasmas formando un letal riego. 
    Lavas, betunes, horrido rugido, 
    Penetrante silbido, RÍOS de gredas, aguas del infierno 
    En tus entrañas ruedas confundidos, 
    Mientras tranquilos, ledos, y dormidos 
    Los hijos de Arequipa
    No curan de esta acción terrificante, 
    Y sólo mi vigilia participa
    Del riesgo que amenaza á cada instante. 


    Tus filos escarpados, 
    Tus profundos y largos ceniceros, 
    A la luz de la luna mal alzados, 
    Se ven por los nocturnos pasajeros; 
    Y en tanto que este aspecto de odio y muerte 
    Arredra y estremece 
    Al corazón más fuerte, 
    Por tus anchos faldíos aparece 
    Con murmullo risueño
    El Chili cristalino y halagüeño.
    Volcán inaccesible, Misti altivo, 
    Que encorvas el valor del hombre osado; 
    Recibe los inciensos que postrado 
    En ti tributo al Dios eterno y vivo. 
    Tu existencia se pierde en sus arcanos, 
    Tu vida se confunde entre los siglos: 
    Y aunque audaces y vanos 
    Los hombres pretendieran escalarte 
    Por buscar tu extensión y tu potencia, 
    Vieran que nada pudo su alta ciencia, 
    Ni te alcanzaran con su audacia y arte. 
    Testigo imperturbable
    Del curso de los tiempos que han pasado 
    Tranquilo siempre, y siempre venerable, 
    Millares y millares
    De escenas diferentes has mirado. 
    Viste de Manco el opulento imperio, 
    La orlada sien del Inca poderoso; 
    Viste al Indio apacible y laborioso, 
    Exento de presión y cautiverio, 
    Abundar en tesoros, 
    Sin que amargos afanes, tristes lloros, 
    Su quietud asaltaran Y
     sus sobrios deseos perturbaran 
    El sol entonces los fervientes votos 
    De su augusta progenie recibía: 
    Ella al Rey de los cielos bendecía; 
    Y sin temor, ni pena, ni alborotos, 
    Y su fortuna y bienes consagrada, 
    El templo de la paz fue su morada. 


    También viste ¡oh! dolor! que descollara 
    ¡Eterna providencia! derrepente 
    Entre encrespadas olas un torrente 
    Que todo lo aniquila y lo devasta: 
    De las iberas playas es la casta 
    Que alza la enseña de fatal conquista: 
    No allá quien á ella valga ó que resista 
    A su activo tesón y á su fiereza;
    Y la conquista empieza. 
    La muerte va segando 
    Una y otra garganta, 
    Y con impía planta 
    Mancha este virgen suelo; 
    Lo acaba, lo deshace; 
    El terror es su base 
    Y su timbre el cadalso ó un común duelo. 
    Viste que mil tesoros defraudados 
    Iban en sendas naves trasportados.


     Al país en que nacieron los tiranos; 
    Allá donde eran vinos 
    Los nombres de las leyes;
    Allá donde los Reyes Ahogando el pensamiento, 
    Y la alma libertad y los derechos, 
    De sojuzgados pechos
    Su trono hacían y su pavimento. 

     
    Pero en tanto también ¡dicha indecible! 
    ¡Gloria y honor al pueblo americano! 
    Has visto que empuñado en fuerte mano 
    El acero terrible, 
    Si venganzas se dijo, entre venganzas 
    Vengados fueron robos y matanzas. 
    De Almagro y de Pizarro los pendones 
    Que los triunfos de Iberia pregonaban. 
    Cayeron en girones, 
    En un momento; porque ya bastaban, 
    Entre tantos quilates de amargura, 
    Trescientos años de una noche oscura. 
    Desde tu alzado asiento
    Fija tu frente estaba en Ayacucho; 
    La victoria se obtuvo, y al momento 
    Tu horrida voz cundía
    En la cadena inmensa de los Andes, 
    Y victoria anunciaba y repetía,
    Así sucesos tantos observando, 
    Así por entre edades discurriendo, 
    Así la eternidad casi tocando, 
    Así humillando al hombre y confundiendo, 
    Rey de los montes, 
    Misti majestuoso, 
    Permite que mi labio temeroso 
    Bese tu excelsa planta, 
    Mientras mi Musa tus misterios canta.


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    Reconocimientos




    Miguel del Carpio y Melgar, presidente del Consejo de Ministros y titular de Relaciones Exteriores (1859-1860). Galería de Presidentes de la Corte Suprema, Palacio de Justicia.

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    Placa en la Plaza de los Próceres arequipeños de la Independencia en el histórico Barrio de San Lázaro Arequipa, donde una de las placas  correspondiente al Concejo Provincial de Lima hace referencia a los siguientes personajes arequipeños: Mariano Melgar, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Francisco Javier de Luna Pizarro, Manuel J. de Rivero, Anselmo Quiroz, Miguel del Carpio, José Gregorio Escobedo, José Pinelo, Santiago Ophelan, José María Corbacho, Ignacio Álvarez Thomas y Francisco de Paula Quiroz. Al pie del texto, lleva el año de 1924.


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    Fuentes:

    • Basadre, Jorge (2005). Historia de la República del Perú. 2.º período: La falaz prosperidad del guano (1842-1866) 4 (9.ª edición). Lima: Empresa Editora El Comercio S. A.
    • Historia de la Presidencia del Concejo de Ministros, Tomo I.
    • https://www.familysearch.org
    • https://www.facebook.com/groups/106496326050458