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    La Reconstrucción de la Catedral tras el incendio de 1844



    Fachada de La Catedral de Arequipa antes del incendio de 1844.

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    "El Obispo Goyeneche" y La Reconstrucción de la Catedral, tras el incendio de 1844.


    La descripción hecha por el Obispo de Arequipa Monseñor, Don José Sebastián de Goyeneche y Barreda se narra de manera detallada en  la obra "El Arzobispo Goyeneche, Apuntes para la Historia del Perú" realizada por don Pedro José Rada y Gamio, arequipeño ilustre, cuya obra fue impresa en  Roma por la Imprenta Políglota Vaticana en 1917.


    Pedro José Rada y Gamio.


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    CAPITULO

    VIGÉSIMO SEGUNDO


    I


    La campana mayor de la Catedral de Arequipa comenzó a tocar a arrebato el primero de diciembre de 1844, antes que el sol llegara a su zenit poniendo en alarma a la población que no se daba cuenta de lo que pasaba. Eran las once y cincuenta minutos de la mañana. Las gentes se dirigían a la plaza mayor a averiguar lo que sucedía. Era un colosal incendio nada menos que en la iglesia Catedral, obra monumental de la ciudad de Arequipa. Por las ventanas y claraboyas del templo salían las llamaradas y las nubes de humo. Era una hornaza. El altar mayor había comenzado a arder, prendiendo en seguida el voraz elemento las cortinas, retratos, muebles y altares, propagándose el incendio por todas partes. Ardían a la vez catorce retablos, el coro, dos órganos, las sacristías y sitios adyacentes. Las llamas chocaban con las piedras berenguelas de las ventanas altas, y las fundían para buscar salida.



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    Nota : La campana mayor (grande) de la Catedral fue fundida por Don Manuel Cáceres apodado "El Pollón" el 28 de enero de 1841, e instalada recién el 8 de junio de 1842.  La campana ha logrado sobrevivir al tiempo  y fue  reparada posteriormente (en su badajo) por la Fundición del Águila de don Cayetano Arenas en el siglo XX.

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    Se sentían los golpes y derrumbamientos de las columnas, capiteles y techumbres; y hasta la Custodia y los Copones con las sagradas formas fueron reducidos a cenizas. Hombres y mujeres llevaban cántaros y barriles de agua para apagar el fuego, y de una acequia contigua se desbordaron los cauces para con su caudal anegar las naves. Sólo después de la una y media de la tarde pudo calmarse el siniestro. Pero las bóvedas y columnas del templo quedaron calcinadas, y perdidas las reliquias, obras de arte y hermosos retablos de la iglesia, así como la galería de retratos de sus obispos.


    Hacía 215 años de su fundación. La consternación de la ciudad fué grande. La más honda tristeza se reflejaba en los semblantes. El dolor había batido sus negras alas sobre la blanca paloma mistiana, estremeciendo el nido. Había desgarrado los corazones. La catedral fué en todo tiempo el orgullo de Arequipa, creyendo que sus obras de sillería eran refractarias al fuego. Es el monumento de su admiración y de su amor.


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    « ¿Quis talia fando... Temperct a lacrímis? » 

    Virgilio.


    ¿Quién contando tales cosas... Podrá contener el llanto?

    « Cuando llegan delante de la ruina,

    Allí son los gritos, el lamento y el llanto » 

    Dante.

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    Monseñor don José Sebastián de Goyeneche y Barreda.


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    El dolor del señor de Goyeneche ante la catástrofe de su iglesia episcopal no tuvo límite. Las lágrimas inundaron sus mejillas, y el insomnio y el pesar amargaron sus vigilias. El fuego había devorado las sagradas reliquias del santuario, y la Hostia inmaculada había sido convertida en cenizas... Su corazón de padre y de pastor se estremeció de espanto y casi estalla si el varón fuerte no hubiera recordado su deber pedido la protección de Dios. No se puede recordar escena más conmovedora que la presencia del Prelado en medio de los escombros y de las ruinas, regando con sus lágrimas el pavimento del desolado santuario.

    A los pocos días recorría el señor de Goyeneche la ciudad con la procesión de penitencia que ordenó (15 de diciembre), acompañado de toda su grey, cantando en las calles las letanías, y regalando al aire sus sollozos. En la plaza de la Catedral, ocupó la cátedra sagrada el Doctor Juan Gualberto Valdivia que en tono elocuente y apocalíptico pintó la ruina de la casa del Señor y la soledad y amargura de su pueblo. 

    Papa Gregorio XVI.

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    Eran los días de gran prueba. El señor de Goyeneche después de dirigir a su diócesis su pastoral de 3 de diciembre de 1 844 sobre el terrible siniestro, desahogó su corazón escribiendo a Su Santidad Gregorio XVI, dándole cuenta del incendio (19 de diciembre de 1844). Y atribuyéndolo humildemente, no a los delitos de su rebaño, sino a los propios. Las amarguras del obispo de Arequipa, encontraron eco y amparo en el noble y generoso corazón del Santo Padre, que se dignó contestar la carta del señor de Goyeneche, en los siguientes términos, traducidos del latín:


    « Al Venerable Hermano José Sebastián, Obispo de Arequipa. En las Indias Occidentales.

    « Gregorio Papa XVI. 

    « Venerable Hermano, Salud y apostólica Bendición.


    « Con sumo pesar de nuestra alma Nos hemos impuesto de la carta llena de dolor, que tú, Hermano, nos has dirigido, a fines del anterior año avisándonos que ese insigne templo catedral ha quedado destruido por un incendio improviso, y Nos ha causado dolor tu gravísimo duelo y el de esos fieles motivado por tan grave y deplorable calamidad. 

    Con las alabanzas más grandes y bien merecidas ensalzamos tu eximia piedad y solicitud pastoral, por la cual has estimado no deber ahorrar ningún sacrificio ni medio en caso tan digno de conmiseración, ya a fin de que los fieles confiados a tu cuidado se excitasen y entusiasmasen cuanto fuera posible a implorar la Divina misericordia, ya para reconstruir el templo antedicho. Por esto ha resultado para nuestro corazón sumamente grato conocer por tu carta que los mismos fieles,  Dios mediante, se han sentido de tal manera movidos por tus exhortaciones pastorales, indicaciones, ejemplo y  generosidad, que todos de cualquier orden, grado, sexo y condición no solamente han acudido en gran número a las funciones por tí ordenadas, mas también sin ninguna demora, con gran deseo y entusiasmo han dado su óbolo y su trabajo para reconstruir el templo. 

    Por lo tanto damos las más humildes gracias al Padre de las Misericordias, que en esta tribulación se ha dignado confortarte. Nos por nuestra parte satisfaciendo expontánea y libremente a tus justísimos deseos mandamos luego que se prepararan las sacras reliquias que nos has pedido para tu Iglesia, y esperamos la ocasión oportuna para remitírtelas. Mas ahora que se nos ofrece esta ocasión, al querido hijo Padre Fidel de Vidra de la Orden de los Capuchinos, que va con otros compañeros a la ciudad de Maracaibo de la Diócesis de Mérida, le hemos confiado dos cuerpos de santos incluidos en dos pequeñas arcas y otros tres relicarios con varias reliquias, y le hemos encargado que tenga el cuidado de entregar todo esto juntamente con esta nuestra carta. 

    Finalmente, Venerable Hermano, sigue como haces atendiendo con diligencia y celo a la mayor gloria de Dios y a la salud de las almas  de esa Diócesis. Y en testimonio de todos los celestes favores y de nuestra particular benevolencia con la cual te abrazamos, recibe la Apostólica Bendición que de lo íntimo de nuestro corazón te impartimos a ti, Venerable Hermano, y a la grey confiada a tu cuidado. 

    Dada en Roma cerca de San Pedro el día 15 de noviembre del año 1845. De nuestro Pontificado año xv ».


    « Gregorio Papa XVI »


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    Envió Su Santidad al Obispo de Arequipa, junto con su carta, como acaba de verse, dos cuerpos de santos y otras reliquias para su Catedral, encomendadas al padre capuchino Fidel de Vidra.

    Con poco intervalo de tiempo sufrió el señor de Goyeneche tres rudos golpes, la muerte de su hermano Don Pedro Mariano de Goyeneche, que a gran distancia, al otro lado de los mares, después de larga ausencia de su país, espiraba en Burdeos, bajo el sol de Francia, que a sus ojos patriotas brillaba menos que el de los incas; el incendio de su catedral ; y la muerte de su hermano el General Don José Manuel de Goyeneche, acaecida en Madrid.

    La presencia en España de su hermano el General, permitía al señor de Goyeneche tener constantes noticias de la Península, por cuya marcha siempre se interesara.


    El incendio de la Catedral y la muerte de sus dos hermanos dejaron en el ánimo del obispo de Arequipa, hondo surco de dolor ...


    La Catedral en un dibujo de Pereyra y Ruiz, en 1816.

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    II

    Lo que más deseaba el señor de Goyeneche era comenzar la reedificación del templo, restaurar el Santuario, y así cuando aún parecía resonar en los aires y en los corazones, el tremendo sonido de las campanas, el ilustre Prelado emprendió su obra. 


    El 16 de diciembre principiaron los operarios mandados por él a limpiar los escombros de la iglesia y de su adyacente la de San Juan, que se arruinó en el terremoto que sacudió a Arequipa a fines del siglo xviii. Todos los días se presentaba  el Obispo a presenciar los trabajos y recibía en esos momentos el respeto y el amor de sus hijos, que a porfía lo rodeaban para prodigarle sus cariños y besarle su anillo episcopal, dando elocuente testimonio de la fé de ese pueblo arequipeño, que no solo era viril guerrero, sino fiel a las gloriosas tradiciones de sus mayores, verdadero secreto de todas sus empresas y causa sociológica de su imponente grandeza.


    El señor de Goyeneche sostuvo de su peculio el trabajo desde el 19 de diciembre de 1 844 hasta el 24 de abril; cerró el primero como los

    demás arcos, hizo el coro y toda la parte nueva agregada al templo, y dio además de todos estos fuertes y subidos desembolsos, 20.000 pesos.

    El dinero dado por el Gobierno se aplicó a la construcción de los altares ; pero la mayor parte de la obra fué debida al Prelado. El director de la reconstrucción fué el señor don Juan Mariano de Goyeneche, hermano del Obispo, quien con abnegación sin ejemplo consagró sus energías a la reconstrucción de la Catedral.

    El periódico « El Republicano » de esa época (21 de noviembre de 1846), dice: 

    «Hemos admirado también la consagración sin reserva del señor don Juan Mariano de Goyeneche en la dirección de esta obra, que mira con más interés que sus propios negocios de que parece hubiera prescindido enteramente»

    El señor Obispo de Goyeneche quiso hacer con su solo dinero toda la nueva fábrica, lo que le negó el Gobierno (nota de 17 de diciembre de 1845) invocando sus prerrogativas y el patronato nacional. Fueron tantos sus desvelos, que al año siguiente del incendio, se pudo hacer hermosa fiesta en el templo, en la que también predicó el Doctor Valdivia. Por oficio de 31 de diciembre de 1844 el propio Gobierno, por conducto del Ministro de Estado don Manuel Cuadros felicitaba al señor de Goyeneche por su pastoral y le agradecía sus valiosos donativos para la obra.


    El Prefecto de Arequipa General Pedro Cisneros dice en su Memoria del año de 1847:


    « Sin la protección que le ha dispensado, sin la consagración del Iltmo. señor Obispo y de su señor hermano, Arequipa habría sólo con- templado por mucho tiempo, triste y en silencio, las ruinas de su antigua Iglesia Catedral ».


    « El señor don Juan Mariano de Goyeneche, director del trabajo, ha manifestado cuanto puede la consagración sin reserva de una persona influyente que se propone hacer bien para su Patria ».


    La obra de reconstrucción de la Catedral debió quedar terminada en poco tiempo, pero en 26 de setiembre de 1846 ocurrió un  desplome de gran parte del edificio antiguo y de dos columnas, lo que obligó a demolerlo completamente, menos los muros colaterales y  el edificio nuevo. Este incidente desgraciado sirvió al señor Obispo y a su hermano de nuevo estimulo para sus esfuerzos, habiéndose realizado con el peculio del primero todo lo que antes se ha indicado, fuera de sus reiteradas y fuertes erogaciones, con generosidad nada común y digna de eterno recuerdo.


    Lucas Poblete, pintura en el Museo Histórico municipal de Arequipa.

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    La obra de la Catedral fué encomendada al arquitecto Lucas Poblete, de verdadera capacidad en el arte, y su antigua longitud de 81 varas, se extendió hasta 105 1 /1 varas, sin alterar el antiguo plano del edificio. 


    El templo no tiene estilo arquitectónico definido, aunque algo se aproxima al orden compuesto por sus capiteles. En los altares sucede lo mismo, son muy ornamentados, tallados en sillar, siendo todo el templo lujosamente decorado y estucado, con los adornos en relieve.


    Las columnas del centro que forman las naves no tienen la proporción correspondiente al orden indicado, pues el número de sus módulos es menor que el que exige ese estilo, y puede decirse de ellas que en nada se asemejan a ningún orden arquitectónico. Sin embargo, cuánta belleza encierra esta iglesia, con su alba claridad, con lo espacioso de sus compartimentos, con esa imponente grandeza que se admira en ella, que con razón constituye timbre de legitimo orgullo para los hijos de Arequipa. Y en las noches de luna bajo el límpido y azul cielo de esa tierra hermosa, cuando se desliza tranquila en el firmamento y manda a sus rayos de plata bañar con sus resplandores el edificio, entonces la Catedral parece un ensueño, una visión blanca y magestuosa de dormidas grandezas.  No de otro modo contemplara Anibal rodeado de sus huestes, la ciudad de Roma, desde sus colinas, antes de atacarla, en una histórica noche de luna, como refiere Polibio.


    III


    Cuando se penetra en la catedral de Arequipa se siente extraña e imponente impresión de grandeza. Es clara como una alborada. Por sus amplias ventanas entran los rayos de sol y la alumbran y la visten de luz, como si el astro rey en ella sacudiera la imponente cabellera de sus rayos. No hay en su interior esa penumbra misteriosa de las ojivales y estupendas catedrales medioevales, que reconcentran el espíritu y como espiral de vaporoso incienso lo elevan a lo infinito. Hay si esa claridad, esa casta alegría, esas lineas de luz, que semejan una sonrisa helénica o un reflejo del renacimiento avasallador.

    Lucas Poblete no fué un arquitecto en el sentido técnico, pero su obra de la Catedral hará imperecedero su nombre. Homero seguramente no sabía la retórica como el nitido Eurípides, y sin embargo escribió La Iliada. 

    Y si contemplamos la catedral de Arequipa en día de fiesta, cuando sus blancos muros están adornados de flores y de rojos cortinajes, cuando abre de par en par sus puertas para  recibir a su Prelado que va a ocupar el trono episcopal, y aquél entra sagradamente apuesto con la magna y encarnada capa, al son del maravilloso órgano que lanza al viento una orgia de notas, rodeado de su clero que luce las blancas mucetas y roquetes y las recamadas casullas y dalmáticas, entonces parece el admirable templo un ensueño, con la visión de procesión apocalíptica por su magestad y su grandeza.


    IV


    El obispo Fray Pedro Perea, que llegó a Arequipa en agosto de 1619, fué el primero que trató con el Cabildo para emprender la obra de la Catedral. Se presentó al Gobierno con el plano de la fábrica y el presupuesto del gasto. El 27 de enero de 1621 ante el Notario de Su Magestad Don Francisco Vera se extendía la escritura pública en virtud de la cual el arquitecto Don Andrés Espinosa se obligaba a levantar el templo, que debía tener tres naves con 180 pies de largo y 84 de ancho, con 8 pilastras en el interior a cuatro por banda, techo de bóvedas de ladrillo, y dos torres. El valor pactado por la obra era de 1 50.000 pesos. 


    El Obispo Doctor Pedro Villagomez, al pasar por Lima para ir a Arequipa a tomar posesión de esta diócesis, por muerte del señor  Perea, obtuvo del virrey, y por favor de Don Juan Solórzano, un libramiento contra las cajas reales de Arequipa, para que le suministrasen fondos para la construcción de la Catedral. 

    El Doctor Cateriano hablando del obispo de Arequipa señor Pedro de Ortega y Sotomayor, escribe : « La Catedral de Arequipa tiene gratos recuerdo de este Obispo en una efigie de la Virgen, remitida del Cuzco, que pereció en el incendio de este templo el primero de diciembre de 1844, en tres acheros de plata con el peso de 120 marcos, en la fundación de un aniversario de misas en sufragio de los obispos sus sucesores y en muchos ornamentos y preseas con que la enriqueció ».


    Hacía 18 años que se trabajaba en la construcción de la Catedral de Arequipa, cuando tomó posesión de la sede episcopal el agustino Fray Gaspar de Villarroel, que tan notable se hiciera en Madrid por el sermón que en 1635 predicara en la iglesia de su Orden en desagravio al Santísimo Sacramento por el saqueo de Tirlimón por ejército francés, y que al publicarlo dedicara al Conde Duque Gran Canciller. 


    Establecido en Arequipa el señor Villarroel, fué su primer pensamiento acabar la obra de su catedral, asignándole las dos terceras partes de la renta episcopal y muchos públicos donativos. El clérigo D. Esteban Valencia tuvo el gusto de cerrar las bóvedas de ladrillo, y el 16 de setiembre de 1656 la obra estaba terminada, y el señor Villarroel la estrenaba con magnificencia el 8 de diciembre del mismo año, secundado para dar esplendor a las fiestas por el Cabildo, el comercio y los gremios


    La Catedral de Arequipa tenia estas reliquias : una astilla del madero de la Santa Cruz, un pedazo de canilla de San Vital mártir, donadas por el señor Villarroel, y otras de San Julio, San Valentín, San Justo, San Donato, San Marcos, San Fabio, San Pió, Santa Margarita, San Vicente, San Plácido y San Leonardo, enviadas por el Eminentísimo Cardenal Carpineo, con auténtica de 15 de diciembre de 1678, al Arzobispo de Toledo señor Don Luis Manuel Portocarrero, quien en 17 de abril de 1696 las cedió al obispo de Arequipa señor Antonio León, que las obsequió a su iglesia catedral en 28 de abril de 1698. 


    Todas estas reliquias se quemaron el día del incendio de la catedral ; sin embargo el señor de Goyeneche dispuso que siempre se rezara de ellas.


    V


    Uno de los pensamientos que más dominara al obispo señor de Goyeneche fué el explendor de su iglesia catedral, que durante su episcopal gobierno no cesara de promover.


    Dotó a su catedral de valiosa y bellísima custodia que mandó trabajar en España. Don Francisco Moratilla, diamantista de Cámara de la Reina Doña Isabel II, fué el encargado de ejecutar la obra, que de sus grandes talleres de joyería en Madrid, salió terminada en 1850. La indicada custodia ha sido considerada como obra maestra del arte metalúrgica. Es de filigrana de oro, estilo gótico, adornada con gran cantidad de fina pedrería, y en su base ostenta las figuras de los cuatro Evangelistas cincelados en oro macizo. 


    Costó más de veinticinco mil pesos (125.000 francos) que casi íntegros fueron pagados por el obispo señor de Goyeneche. Se expuso en Madrid, mereciendo su inteligente autor unánimes alabanzas, y aun la visita de Su Magestad la reina Doña Isabel II, que fué al taller del artista a contemplar la obra. Se recuerda que fué tal la admiración y el entusiasmo que la custodia produjo, que circulaba entonces de boca en boca en Madrid el siguiente estribillo:


    « ¿ Quién hizo la maravilla ? Moratilla ».


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    Nota: Moratilla hizo también la custodia de la Catedral de la ciudad de la Habana, capital de Cuba.

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    Nota: Custodia de la Catedral de Arequipa, Hacia 1850. Lápiz compuesto sobre papel de calco, 217 x 110 mm. Vea en este link:  https://www.museodelprado.es

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    En seguida fué llevada la custodia a la Exposición de Paris, donde en recompensa se concedió a su autor la condecoración de Caballero de la Legión de Honor. 

    El entusiasmo que el arribo de la custodia a la ciudad de Arequipa produjo fué inmenso. Su extreno fué un acontecimiento, y la alegría y satisfacción del señor de Goyeneche no tuvieron límites. La Sagrada Forma iba a ser expuesta a la adoración de los fieles en rico y bello relicario.


    Y a la verdad, los perfiles de filigrana de oro de la custodia parecen líneas de luz ; su delicado conjunto semeja un tegido de rayos de sol, que se yergue y se levanta sostenido por el poder divino de los incomparables Evangelistas ; y las consagradas especies blancas y

    puras de la Inmaculada Hostia, allí guardadas, entre candidos cristales y cambiantes de oro y de luz, hablan al espíritu con misteriosa fruición y le hacen soñar con las inmortales maravillas del salomónico templo.


    VI


    El señor de Goyeneche dotó también a las torres de su catedral de varias campanas, especialmente de la mayor ; la hizo fundir con muchos kilos de plata, y puede figurar al lado de las mejores de Europa; se le llama la monteruda porque al fundirla la hizo con un defecto el fundidor, pues tiene una especie de montera; sin embargo es tan sonora y poderosa que se oye a varios kilómetros de distancia, y especialmente en el silencio de la tarde, a la hora del melancólico ocaso del sol, puede sentirla el triste labriego que dejando la labor de la mies vuelve al hogar, conduciendo su aprisco de blancas y azariadas ovejillas.


    Cuánta razón tuvo el genio sensible y dulce de Augusto de Chateaubriand al estampar en su Genio del Cristianismo, que conmovió a la Francia y al mundo, estas palabras : 


    « Es a mi parecer una cosa maravillosísima haberse descubierto un medio de suscitar en un mismo minuto, con una campanada o martillazo un mismo sentimiento en mil corazones diferentes, y haber forzado a los vientos y las nubes a encargarse de los pensamiento de los hombres ... 

    ¡ Ah ! que corazón habrá tan insensible que no se haya sobresaltado al oír el estrépito de las campanas de su pueblo natal, de aquellas campanas que se conmovieron de júbilo cuando estaba en su cuna, que anunciaron su advenimiento a la vida, que señalaron el primer latido de su corazón, y que publicaron en todos los lugares del contorno la santa alegría de su padre, los dolores y las alegrías aún más inefables de su vida ?   

    Todo se encuentra en las ilusiones embelesadoras que nos causa el ruido de la campana natal; religión, familia, patria, la cuna y el sepulcro, lo pasado y lo futuro » ...


    VII


    Para que la hermosa custodia de la Catedral de Arequipa estuviera dignamente colocada, los sobrinos carnales del obispo de Arequipa señor de Goyeneche, Doña Carmen de Goyeneche y Gamio, Duquesa de Gamio, Doña María Josefa de Goyeneche y Gamio, Duquesa  de Goyeneche, y Don Juan Mariano de Goyeneche y Gamio, Conde de Guaqui y Marqués de Villafuerte, obsequiaron, hace algunos años, a dicha Catedral un majestuoso altar mayor, de grandes e imponentes proporciones, de mármol y bronce. Fué concebido y ejecutado por el renombrado escultor Don Felipe Moratilla, hijo de Don Francisco, de quien hemos hablado, en sus acreditados talleres de Roma. Fué embarcado en el puerto de Genova y se necesitaron tres bergantines para su trasporte hasta el Perú.


    Para la colocación del altar en la Catedral de Arequipa, el escultor envió al arquitecto Guidi.

    La Catedral de Arequipa cuenta con un púlpito trabajado en Lille, que es también una obra acabada de arte. Son tan grandes sus dimensiones que no se halla apoyado en ninguna de las columnas que sostienen la bóveda del templo, sino colocado bajo uno de los arcos formado por dos de las dichas columnas. Su ejecución, sus relieves y adornos son tan hermosos que parecen encajes tallados en madera.


    Su precio fué pagado por los ya nombrados, Duquesa de Gamio,



    Duquesa de Goyeneche y 
    Conde de Guaqui, quienes también han obsequiado para el mismo templo una valiosa alfombra roja de Bruselas.

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    Conclusión

    Fue recién en el 16 de mayo de 1848 cuando Don Lucas Poblete concluyó los trabajos de reconstrucción, cerrando las bóvedas, mientras que los trabajos de decoración interior fueron concluidos en 1861. Posteriormente  el fuerte terremoto de 1868 destruyó las torres las cuales fueron  levantadas en otro estilo arquitectónico a comienzos del siglo XX.

    La Catedral de Arequipa, en 1867.


    La Catedral de Arequipa, después del gran terremoto de  1868.


    La Catedral de Arequipa, en 1893.

     
    La Catedral de Arequipa, en 1900.


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