Datos Biográficos


Manuel Ladislao Cabrera Valdez nació en Arequipa el 9 de junio de 1855, sus padres fueron el militar boliviano Ladislao Cabrera Vargas  y la dama arequipeña Petronila Valdés. Se bautizó el 10 de junio de 1855 con el Nombre de Manuel Danislao cabrera Baldes en la Parroquia de Santa Marta,  por error el nombre de sus padres figura como Danislao Cabrera y Petronila Baldes.


Militar e Historiador, Arequipa le debe muchas páginas de su historia, sacadas de viejos archivos y memoriales con paciente y ejemplar dedicación. 


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Su padre Ladislao Cabrera Vargas, fue de nacionalidad boliviana, llegando a ser vocal de las Cortes Superiores de la Paz y Sucre. Durante la guerra del Pacífico en 1879, organizó la defensa de Calama. Recibió una educación esmerada, estudió abogacía en los claustros de la Universidad Nacional del Gran Padre San Agustín de Arequipa, Perú, graduándose en 1854, a los 24 años de edad. Se casó con  la dama arequipeña Petronila Valdez el 31 de agosto de 1854. Tuvo dos hijos María Esther y  el biografiado Manuel Ladislao.

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Partida de Bautizo.

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Revista Escocia 1937


Francisco Mostajo en el N°13 del mes de Octubre de 1937, en la Revista Escocia, publicó algunos datos biográficos de la siguiente manera:



El Dr.  Manuel Ladislao Cabrera Valdez



A mediados de la décima novena centuria anduvo por Arequipa el Dr. Ladislao Cabrera, estudiante boliviano que arrojó a nuestro suelo la proscripción, tan frecuente en los revoltijos de nuestras repúblicas criollas. Ingresó a la Universidad arequipeña. Implantó acá una escuela, en época en que éstas no andaban de lo mejor por el estado de tumulto continuo que llevó el mistiano pueblo. Fundó y dirigió también un periódico La Soberanía, que no sabemos si fue el que con el mismo epígrafe se publicaba en 1 857 apoyando la revolución de Vivanco, que tan intensamente conmovió a Arequipa. Casóse a poco con la dama arequipeña Srta. Petronila Valdés de antigua familia, cuyo patronímico ya había sonado en los dos primeros lustros de la República.



De este matrimonio fue vástago Manuel Ladislao Cabrera Valdés, nacido en Arequipa el 9 de Junio de 1855, según consta de la partida de bautizo. No corrieron muchos años que su padre se retiró a su país natal, de donde no regresó sino cuando estuvo de paso para Estados Unidos, como Ministro Plenipotenciario de Bolivia. Su madre, que siempre residió en la ciudad mistiana y fue de ceñida corrección lo formó, al par que a su hermana Esther, ya que en aquellos buenos tiempos, el hogar era la mejor escuela. Sus estudios medios los cursó en el Instituto Franco Peruano que dirigía el francés Federico Molinier en el Colegio Americano, que dirigía otro francés, Víctor Bailly y en el Colegio de la Independencia. Desde las aulas se destacó por su amor al estudio y por su aprovechamiento. En nuestra Universidad obtuvo el doctorado en jurisprudencia y a poco, ante la Corte Superior el título de Abogado, el 27 de febrero de 1878. Fue también agrimensor.



No era el bufete del letrado para los gustos de Cabrera Valdés que desde temprano manifestó una curiosidad intelectual que ninguno de su generación tuvo. Leía ávidamente de todo, así de ciencias como de letras, así de derecho como de teología, así de matemáticas como de milicia, así de historia como de idiomas, así de música como de arquitectura. Por eso, de todo podía hablar y escribir en un momento dado; pero lo que ganó en extensión no lo adquirió en profundidad y consistencia. Sus conocimientos eran, pues, miscelánicos, pero con ellos superó a sus coetáneos, que, a juzgar por las páginas que nos dejaron, les tocó vivir en una época en que los estudios no debieron andar de lo mejor.



La producción de Cabrera Valdés fue varia. Escribía artículos literarios, cuentos a la usanza romántica, versos hechos con la inteligencia, etc., etc. Su prosa era llana; su rescoldo interno, más de periodismo corriente que de literatura amena. Al mismo tiempo se dedicaba a la enseñanza en diferentes planteles, como el de Pórcel. en el que regentó la clase de Filosofía, y el de la Independencia en el que regentó la de Teneduría de Libros. El clarín de la Guerra con Chile pronto le abrió campo para una de sus aficiones, que contrastaba abiertamente con su modo de ser: la militar. Se crearon por esa época ciertos cuerpos de ejército, con el nombre de temporarios o provisionales, como una preparación para convertirlos en cuerpos de línea. Cabrera Valdés sentó plaza en uno de ellos, y llegó a alcanzar, por sus aptitudes, el grado de Mayor. Fue entonces que publicó un tratadito de táctica superior e hizo un estudio sobre la fortificación de Arequipa, cuyo ataque por el invasor se temía. Era todo un militar teórico, en días en que los militares sólo eran de cuartel. 


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Con la guerra, apareció El Eco del Misti, uno de los buenos diarios que se han publicado en Arequipa y cuya importancia histórica es grande: lo dirigía Jorge Polar. Colaboraba en él toda la juventud literaria. Cabrera Valdés, en 1880, compartió con Manuel A. Mansilla las labores de la crónica y a veces con Polar la dirección. Editoriales suyos hay en la gran obra de Ahumada Moreno, Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra. Había sido oficial de la Secretaría del Consejo Departamental y pasó a desempeñar en 1881, la Secretaría de la Prefectura, reemplazando en ella al poeta Samuel Velarde. La revolución contra Piérola, ocurrida el 7 de Octubre de ese año, lo dejó al margen del puesto. Como su situación en Arequipa era difícil, su padre, que ya era personaje destacado en la política boliviana y que tenía la aureola de haber sido el jefe de la resistencia en Calama, lo llamó a La Paz. (1 882).



En esta capital del altiplano todas las sendas se le abrieron por su preparación y con la llave de la poderosa influencia paterna. Colaboró desde el primer momento en El Siglo, periódico de que era propietario y Director su padre quien, bajo la aureola de su gesto patriótico en Calama, fue o iba a ser candidato a la presidencia de la República. Su antiguo maestro Víctor Bailly, que dirigía a la sazón el Instituto Mercantil y que estaba anhelante de regresar al Perú, su segunda patria, le entregó la dirección de ese floreciente plantel. Desde entonces Cabrera Valdés desplegó en Bolivia una constante y proficua y múltiple labor pedagógica, en la que no cesó hasta que dejó ese país. Muchos personajes bolivianos fueron sus discípulos. Cuando, años más tarde, estuvo Muñoz Reyes de paso por Arequipa, la alabé noblemente y. al saber que su maestro recordado estaba en penuria económica, puso empeño en verlo para obtener que el gobierno de su patria le otorgase una pensión, en recompensa de sus eminentes servicios en la enseñanza. Pero Cabrera Valdés rehusó.



Su graduación militar de temporario también le abrió campo en el ejército de la República del altiplano. Formó en las fuerzas que, al mando del General Rondón, se enviaron a modo de auxilio para el caso de que Chile avanzara en su invasión del Sur; y Cabrera Valdés nos contaba que, años después, descubrió las instrucciones dadas al jefe de la división y se cercioró entonces de que solamente se trató de una papelada. EL Presidente Campero lo hizo su ayudante, y como tal acompañó a ese mandatario a varios puntos, gozando siempre de su distinción. Dos anécdotas hay de sus andanzas de entonces, dotas en las que el erudito se dio el placer de dejar a un lado al militar, con sorpresa de los que no sabían que éste era el postizo y aquél el verdadero.



Contábanos(sic) que en cierto Seminario le pasaron a Campero, que era hombre ilustrado, el programa de latín, y Campero se lo pasó a él. De repente, en el giro de los exámenes, se encontró enfrascado en una polémica gramatical sobre el idioma del Lacio, con el profesor, que sin duda era algún solemne tonsurado. Al siguiente día fueron los exámenes de Teología y ocurrió escena análoga a la anterior, trabándose reñida disputa sobre lugares teológicos. Los eclesiásticos no acertaban cómo un militar pudiese entender de materias tan ajenas a su rol, hasta que Campero les dijo sonrientemente: el señor también es abogado. Contábamos(sic) igualmente que en la capital de una de las provincias de Bolivia era orgullo del terruño un lienzo del Cristo de Van Dyck, que se creía ser original. Pues a Cabrera Valdés se le ocurrió dar una conferencia demostrando que se trataba solamente de una copia. Casi “se lo comen”, como vulgarmente se dice, y para no ser objeto de un desaguisado tuvo que apresurarse a poner tierra por medio.


Su carrera en el ejército boliviano no fijó tarda. Se realizaban unos ejercicios de artillería en los que el éxito brillaba por su ausencia. Cabrera Valdés tomó entonces a su cargo uno de los cañones, hizo cálculos matemáticos dirigió la puntería y ordenó disparar la bala fue puesta certeramente en el blanco. Dispuso el alejamiento de éste, sonó el estampido y de nuevo se produce el impacto. En esos tiempos tal justeza en una función de artillería era un prodigio. El militar teórico triunfaba sobre los militares de cuartel. El gobierno boliviano le discernió en premio el grado de Comandante. Poco después fue empleado del Ministerio de Guerra y no tardó mucho en ocupar el segundo o tercer puesto en la Escuela Militar Llegó a Coronel. Curiosa carrera esta de Cabrera Valdés. Tenía él prestancia física para dar lucimiento al uniforme, pero su celibato inquebrantable, al que respondía una voz atiplada, manifestaba que no era de madera de militares. Su educación y cultura en el ramo de humanidades, lo hacían también ajeno al ramo en que la fuerza es la suprema razón.


El biógrafo futuro investigará sus otras actividades en Bolivia. Sólo una vez vino a Arequipa a ver a su anciana madre, y se regresó al país de su padre, con el cual había ligado lo mejor de su vida, pero nunca olvidó a Arequipa, aunque en sus recuerdos pusiese filos de ironía. La Bolsa, el decano de la prensa sureña, solía insertar colaboraciones de él, generalmente de índole histórica, materia que amaba y en la que tenía ilustración no común. Cuando se señaló por primera vez como fundador de Arequipa a Garcí Manuel de Carbajal, reforzó Cabrera Valdés la novedad con citas de los cronistas que importaban una coartada histórica para Anzures de Camporredondo, al que hasta entonces se atribuía la fundación. En Bolivia estudió las ruinas de Tiahuanaco, y tenía una cartera de apuntes, medidas y dibujos, pero parece que nunca llegó a organizados en un trabajo totalitario. Descubrió nuevas ruinas en un lugar que, mientras podía dar forma a sus estudios, disfrazó con el anagrama Chualillacollo Avaniu ¡Ay! en el desbarate de sus papeles, que fueron al fuego o al mercado, todo se ha perdido.



La historia republicana de Bolivia trajo consigo la revolución del Partido Liberal, encabezada por el General Pando. Sus triunfos fueron rápidos y arrolladores. Las banderas de la rebelión llegaron a los aledaños de La Paz. Cabrera Valdés era a la sazón Jefe de Estado Mayor, en el ejército del Presidente Alonso. Se le oyó acerca de si convenía resistir en la ciudad o salir fuera, a lo alto de la población encajonada: opinó nuestro paisano por lo último, y le tocó dirigir el combate. La victoria se declaró por las armas revolucionarias, sea por errores de táctica o estrategia, sea porque cuando la opinión priva de ambiente a los gobiernos, éstos pierden irremisiblemente. Pero los vencidos nunca se resignan, y en esta ocasión Cabrera Valdés cargó con la culpa. La derrota lo llevó hasta la Argentina, y allá se sinceró mediante una carta dirigida a La Prensa de Buenos Aires.



Estos acontecimientos lo cogieron en momentos en que ya pensaba tornar a Arequipa, y tuvo que tornar, tras luengos años, con el traje que pudo conseguir en los azarosos instantes de la derrota y de la huida. En su tierra se encontró desvinculado. Se consagró a ejercer la abogacía y la agrimensura y nuevamente se dedicó a la enseñanza, pero solamente le abrieron sus puertas los planteles femeninos: el Colegio del Rosario y el del Sagrado Corazón. Había perdido la nacionalidad y el medio le era hostil. Pero encontró nobles apoyos en el foro: el Dr. Andrés Meneses y el Dr. Gabriel Tapia. Comenzó a prestar su colaboración a Integridad, el popular semanario de El Tunante, en cuyas páginas se insertaron largos artículos de él, cuajados de referencias.



La lucha principista y política, encabezada por el Dr. Urquieta mientras tanto había cobrado fuerza, después de su primera etapa, que fue acérrima y en la que el conservadorismo creyó tener todavía la prepotencia de otras épocas. Cabrera Valdés ingresó al Partido Liberal, en momentos en que éste, unido al Partido Federal, se aprestaba a librar la batalla de las ánforas. Se enfrentaban en ella las candidaturas presidenciales del Crl. Seminario por aquella alianza y de D. Manuel Candamo por la de las viejas banderías. El Gobierno estaba en contra de la primera. A Cabrera Valdés le tocó dirigir el órgano periodístico de la coalición de liberales y federales. Publicó en él un proyecto de Constitución Federal. No estuvo el triunfo legal o legicidamente(sic) del lado de su agrupación política. Con posterioridad, llegó a ser Vicepresidente del Comité Departamental de ésta y director de su órgano El Sur, en el cual tuvo que reñir la oposición contra el billighurisrno, cuando los liberales acabaron por divergir de éste.



Cabrera Valdés publicó poco después el alegato de bien probado que, como abogado del rico comerciante sicuaneño D. José C. Teves, presentó en el ruidoso juicio con la Casa Fonga, y cerró en seguida su estudio. El Concejo le encargó el levantamiento del plano topográfico de la ciudad, pero no llegó a realizar la obra. La vejez comenzaba a ganarlo con su sombra crepuscular. El Colegio de Abogados lo eligió su Diputado Primero, pero declinó el nombramiento. Fue en el Ateneo de Arequipa el que presidió el Dr. Wagner, pues hubo varios, uno de los socios más activos: en su seno leyó una conferencia sobre la revolución de 1 834. que no se ha publicado, y colaboró en la revista de ese núcleo, Cultura. Formó parte de varios jurados en concursos artísticos, literarios o científicos, como el que promovió El Heraldo, que obtuvo gran éxito y resonancia. Ya por este tiempo había recobrado su nacionalidad. Aún en sus postrimerías, dirigió un número de la revista Escoria a la que antes nosotros habíamos impreso un arequipeñista.



En sus últimos años, pobre, fatigado y amargado, porque el medio no le fue propicio se recluyó en su hogar: la casita en que nació, de tejados antiguos de patio cuajado de flores sita en la primera cuadra de la calle de Colón. Apenas salía para alguna operación de agrimensura o para algún peritaje caligráfico. El Concejo dio pasto a sus antiguos gustos comisionándolo para catalogar el archivo colonial de los Cabildos. Fruto de su labor fue encontrar una antiquísima copia de parte del acta de la fundación española de Arequipa, cabalmente de aquella parte más dañada por la incuria y el tiempo en los documentos que utilizó el Dr. Delgado para su restauración. Gracias a él, pues, hoy poseemos casi completo el texto auténtico de ese instrumento desaparecido. Fruto de su labor también fue el libro Colección de algunos documentos sobre los primeros tiempos de Arequipa, cuyo título no expresa todo su contenido, pues las dos terceras partes de la obra se contraen a historiar la vida de Arequipa desde sus pódromos(sic) preincaicos hasta el término de las luchas de los conquistadores, con prolegómenos sobre la geología, flora, fauna y climatología de la comarca. Al mismo tiempo regaló a la prensa diaria, bajo el rubro de Tradiciones y Antiguallas de Arequipa una serie de consejas, debidas a sus recuerdos de viejo o al archivo municipal.



Cabrera Valdés, desde su juventud fue un escritor nacionalista. Entre nuestros viejos historiógrafos, era el único que conocía a los cronistas y a los primeros autores que se ocuparon de arqueología peruana: los demás, o los citaban de memoria o de segunda mano. Aún hoy los aqueja este mal, que implica simulación. La labor histórica de Cabrera Valdés pudo, pues, aportar nuevos conceptos y datos, y se empeñó en que fuese así. Desgraciadamente la comisión se le confirió cuando ya había entrado en la senectud, tras luengos años en que estuvo desasido del medio. De ahí los defectos de su obra: los documentos no están con frecuencia fielmente leídos; se equivocan nombres y títulos; se varían aquellos para un mismo personaje; se cambia el tiempo de los fenómenos o la situación de las cosas; se asevera a veces de memoria, etc. Nosotros mismos, no obstante el cariño y respeto que le guardábamos, tuvimos que hacerle rectificaciones desagradables. Es que con la edad, fallan la atención y la memoria. Pero nada de esto quiere decir que la obra histórica de Cabrera Valdés, no signifique un esfuerzo y que no haya aportado material nuevo, aunque tenga que irse con tiento en su utilización y hasta perder tiempo y esfuerzo en la rectificación.



El libro lo publicó el Concejo para el centenario de la victoria de Ayacucho. Cabrera Valdés prosiguió en su labor, y llegó a proponer a la comuna la publicación de otro tomo cuyo sumario reseñé, pero cuyo texto no escribió. Salvo su ilustración. Cabrera Valdés está como historiógrafo dentro de la tradición de la historiografía arequipeña, que siempre fue llana, sin complejidades ni sutilezas, sin conjunciones ideológicas ni altos conceptos, sin panorama ni elegancias de frase. Sólo se exceptúa, en cuanto a éstas, el poemático mayada, que fue culterano, pero irremediablemente poeta. Léase a todos nuestros historiógrafos, y se verá como rastrean, avalorándose apenas Zamácola y Echeverría por su escrupulosidad y discreción, y éstos y Morales y Cabrera Valdés por su corrección en el decir. En sus tradiciones, tuvo el último el tino de no proponerse imitar al donoso ingenio de D. Ricardo Palma, como Cateriano. Son ellas simples relatos; sin el giro literario de Renato Morales; pero también sin la bonhomía de Ibáñez ni el desgreño de Mendoza del Solar.


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Cabrera Valdés. no obstante su pobreza, se mantuvo rectilíneo hasta el último día de su vida: nunca se rebajó a la mendicación del favor ni a la zalema de la adulación. Monosilábico habitualmente, rara vez chancero, no amenguó jamás la prestancia de su dignidad. Pudo, a su regreso al solar nativo mostrarse conservador y obtener así posiciones sociales, pero no se mostró, permaneciendo noblemente fiel a las doctrinas liberales de su juventud. Pudo haber formado en la comparsa de los hombres del poder y obtener así prebendas económicas; pero no formó, militando, mas bien, en bando que tuvo en contra a esos hombres. Tuvo puntos de contacto con el Deán Valdivia por su celibato decoroso, por su afán de estudiar de todo,, por su rol de maestro, aunque no en el Perú, y por su afición desmedida a la milicia; pero le faltó la prestancia demagógica de caudillo que caracterizó a aquél sacerdote, su dinámica masculinidad en la volición, su fuerza para esculturar(sic) generaciones, su fe hebraica en los destinos de su pueblo y sus pasiones torvas y vehementes.



Cabrera Valdés, renitente para postrarse en el lecho, cuando ya la enfermedad había hundido en sus entrañas sus pálidos dedos, falleció el 15 de diciembre de 1931. Nuestra palabra conmovida fue la única que vibró, en homenaje a su memoria, ante su ataúd. Hoy entregamos estas páginas biográficas a la historia de las letras nacionales, asociándonos a la recordación que de él ha querido hacer 'Escocia, revista en cuya dirección nos sucedió.



(1).- Consta de los libros del Colegio de la Independencia, en el que se incluía entonces a la Universidad, que a fines de 1852 rindió exámenes bajo la dirección del catedrático José M. Químper, i que se bachilleró en Jurisprudencia en 1855 o poco antes.


(2) Corre esta partida en el libro N. 28, fs. 84, parroquia de Santa Manta. En la de defunción erróneamente se le ha considerado como boliviano. Sus padrinos fueron D. Miguel Abril y Doña Polonia Valdés.


ESCOCIA. Año IV, N°13. Octubre de 1937.


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Funerales




Recorte Diario Diario EL Deber 16 de diciembre de 1931.

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Publicaciones:


  • “Documentos Primitivos del Cabildo” Imp. Caritg y Rivera, 19...?
  • Tradiciones y Antiguallas de Arequipa
  • Colección de algunos documentos sobre los primeros tiempos de Arequipa, mandados publicar por el Concejo Provincial con ocasión del " Centenario de la Batalla de Ayacucho.

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Colaboraciones


Colaboró en los siguientes periódicos:


  • “La Bolsa” de Arequipa.
  • “El Pueblo” de Arequipa.
  • “El Deber” de Arequipa.
  • “El Eco del Misti”, 1880, conjuntamente con Jorge Polar y el poeta Manuel Mansilla.
  • “El Siglo” en La Paz-Bolivia, periódico de su padre “Integridad”, semanario de el Tunante.
  • ‘‘El Sur”, fue su director, en Arequipa.
  • “Escocia” de Arequipa.
  • “Cultura” de Arequipa.
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Cargos que desempeñó.


  • Profesor de Filosofía en el Colegio del Dr. N. Porcel. 
  • Teneduría de Libros del C. de la Independencia. Oficial de la Secretaría de la Junta Departamental. Secretario de la Prefectura.
  • Diputado Primero en el Colegio de Abogados.
  • Catalogador de los Documentos del Cabildo en la Municipalidad.

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Fuentes:

  • Revista ESCOCIA. Año IV, N°13. Octubre de 1937. Francisco Mostajo.
  • VLADIMIRO BERMEJO. Síntesis histórica de Arequipa. Arequipa 1954.
  • Diario EL Deber 16 de diciembre de 1931.
  • https://www.familysearch.org