Índice



    Datos Biográficos


    José Ciriaco Hurtado Villanueva. Jurisconsulto, periodista, maestro y poeta.  Sus padres fueron don Manuel Feliciano Hurtado y doña Francisca Paula Villanueva. Nació en Arequipa el 8 de agosto de 1828.  Sus abuelos paternos, según el canónigo Dr. Santiago Martínez, fueron D. Rafael Hurtado, escribano público y de Cabildo, que actuó en los últimos años del coloniaje, y doña Isabel de Cáceres y Salazar. 


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    Se ha dicho en los periódicos del centenario que existe expediente comprobatorio de que fue descendiente del Virrey Hurtado de Mendoza. Se casó el 30 de setiembre de 1857 en la Parroquia del Sagrario con doña María Calle Delgado sus hijos fueron: Manuel Francisco, María, José Luis Fermín. 


    Partida de matrimonio

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    Trayectoria


    Estudió en el Colegio Nacional de la Independencia, donde fue uno de los discípulos distinguidos del deán Valdivia. Opta los grados de bachiller y doctor en Jurisprudencia y el de abogado el 16 de julio de 1852. Desempeña ese año también el puesto de catedrático. Lo fue primero de Derecho Natural y Lógica y después de Economía Política.


    Que su éxito debió ser palpable, lo revela el hecho de que a sus discípulos se sumase Francisco García Calderón, que, no obstante su juventud, ya era maestro en las aulas del Colegio de la Independencia. Consta de los libros que el 11 de noviembre de 1852 sus alumnos de Economía rindieron lucidas previas y que Hurtado “pronunció un notable discurso abogando por el eclecticismo en maestría económica” y expresando la gratitud del plantel para Valdivia y el Prefecto Cisneros por haber reestablecido el curso .


    Fue ese año de 1852 en el que la juventud de Hurtado floreció en actividad. Al par que maestro , fue periodista de ideales. Fundó "El Arequipeño", semanario de “literatura, artes, ciencias, industria, comercio y agricultura”, cuyo primer número apareció el 27 de enero . Se proponía en él Hurtado, la “ilustración popular bien distribuida y generalizada” para “incrementar los muchos elementos de prosperidad que hay entre nosotros”. “En resumen decía, nuestro programa puede contenerse con plenitud y de un modo exacto en la siguiente frase: el bien del país”.


    Hasta entonces los periódicos se habían concretado al pugilato político y sólo incidentalmente y como un adorno se ocupaban de las materias que Hurtado erigía en objeto principal del suyo. Puede decirse que, en ese sentido, hay que marcar, en la historia de la prensa de Arequipa, la aparición de El Arequipeño con piedra blanca. Y como lo prometió lo cumplió: en dos o tres editoriales se ocupaba, en cada número, de cuestiones de importancia para la cultura o progreso de Arequipa; había una sección de noticias del extranjero y no faltaban las columnas de comunicados, aunque éstos dentro de cierta templanza . Entonces no se usaba la gacetilla, sin duda porque a los hechos locales, que en un medio reducido eran sabidos por todos inmediatamente, no se les daba importancia. El futuro desprovisto de datos a- cerca de la realidad pasada, es el que ha perdido con tal omisión.



    Hurtado fue, por esa época, secretario de la junta encargada por la Prefectura para confeccionar el Reglamento General de Gremios, cuyo proyecto está fechado en 23 de enero de 1852 y publicado en el N° 3 de El Arequipeño. En la revolución que, contra el gobierno de Castilla, encabezada por Vivanco, estalló en Arequipa el 19 de noviembre de 1856, lo encontramos figurando en la causa que con tanto ardor abrazó su pueblo. Al organizarse el 19 de diciembre el Ministerio General, cuya Oficialía Mayor estaba encargada al Dr. Toribio Pacheco, se nombró a Hurtado Oficial 1ro de la Sección de Gobierno y Relaciones Exteriores. Corrió, pues, el albur de ese movimiento en que las energías de Arequipa culminaron.


    Su pluma de periodista no debió estar ociosa en esos días, que aún no están historiados y en los cuales había que excitar al pueblo y hendir al General Castilla y su cohorte. Se le atribuye la paternidad de "La m...vivanquista" y de "Cachabotas" , largas versadas de sátira política, que alcanzaron popularidad y que habría que procurar no se pierda para la historia.


     Su facilidad para versificar era grande, y se cuenta que, cuando fue Fiscal de la Corte de Puno, solía, por caprichoso humorismo, hacer algunos dictámenes en verso, que luego inutilizaba.




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    Debió Hurtado de vivir entregado a su profesión de abogado y seguramente ejercía en el Poder Judicial varios de los cargos de adjunto, cuyo personal se designaba anualmente, lo mismo que ahora. En 1864 se le nombró Fiscal de la Corte de Puno, y en los archivos de ésta correrán sus vistas, que deben distinguirse por su acierto, dada la ilustración jurídica del autor. Antes estuvo en Lima, pues según varios datos biográficos acompañó a distinguidos jurisconsultos, entre ellos Pacheco y Tejada, a fundar La Gaceta Judicial, que apareció en 1861 y en la que habría que buscar sus artículos jurídicos.


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    Hurtado cultivó la poesía desde muy joven. Según La Lira Arequipeña publicó en 1847 una ligera colección de sus composiciones intitulada La Musa Peruana, que no hemos podido haber; pero acerca de la cual hemos encontrado alguna hincadura no literaria, sino política en periódicos de la época. Contaba a la sazón Hurtado 19 años, y, por ende, las poesías recopiladas no deben pasar de ensayos; pero el título de Musa Peruana indica en su autor un propósito nacionalista, aunque no lograra cuajarlo, a juzgar por las composiciones que de él conocemos.


    Cultivó la poesía desde muy joven. Publicó una colección de sus trabajos bajo el título de "Musa peruana". Francisco Mostajo dijo de él: 

    "Gozó entre sus contemporáneos de reputación de hombre de luces, al par que los grandes arequipeños, y si como estos no llegó a las cúspides, fue sin duda por su filosofía que lo hacía mirar con cierto desapego las sanidades de la vida, por defectos quizá de carácter y por haberse quedado en el terruño nativo que aplasta"


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    La generación de Hurtado floreció en pleno romanticismo, y no es extraño que en él ya no se note el dejo clásico o neoclásico que en el pequeño grupo de rimadores arequipeños venidos al mundo en los últimos años del coloniaje: Garaycochea, Sánchez Barra, La Rosa, Pérez y Sanz. No vuela alto, y aunque se muestre desesperanzado no es llorador, pues su desesperanza no proviene de la sensibilidad quejumbrosa, sino del concepto filosófico. Este aunque no raye por su elevación es el que hace que las poesías de Hurtado no sean vacuas, como tanta rima gaseosa que entonces se producía.


    Según La Lira Arequipeña publicó en 1847 una ligera colección de sus composiciones intitulada La Musa Peruana, que no hemos podido haber; pero acerca de la cual hemos encontrado alguna hincadura no literaria, sino política en periódicos de la época. Contaba a la sazón Hurtado 19 años, y, por ende, las poesías recopiladas no deben pasar de ensayos; pero el título de Musa Peruana indica en su autor un propósito nacionalista, aunque no lograra cuajarlo, a juzgar por las composiciones que de él conocemos.


    Sus poesías se publicaron en El Arequipeño , y en El Ciudadano, este último periódico de Puno . En La Lira Arequipeña, publicada en 1889, se reunieron las mejores entre ellas:  Creer y esperar, Mi corazón y el tiempo y A mi hijo. Esta última muy apreciada y  cuyos versos son fáciles y cadenciosos; pero tienen cierto prosaísmo y sus conceptos  triviales.


    Hurtado en sus versos, lo mismo que en sus artículos periodísticos, se muestra inclinado al noble ejercicio del pensar, revelando que la inteligencia era la que culminaba en él. Puede decirse que en el antiguo Parnaso arequipeño es el único poeta que tan pronunciadamente muestra esa inclinación. Como Hurtado es profundamente creyente, su poesía está saturada por el aroma cristiano; pero así como en su espíritu el sentimiento religioso no sufre la deformación del fanatismo ni de la devoción, no se sublima tampoco en el misticismo. Se queda en la simple religiosidad.


    Sin embargo de su acendrada creencia como es inclinado a la filosofía corresponde a su lira el único grito de duda que vibra en la poesía arequipeña, hasta que apareció la negación con el modernismo.  Ese grito está en las quintillas de su composición Creer y esperar, en las que lamenta, con ardiente acento, la limitación de la inteligencia, que, “casi toca el centro de Dios y descifra su existencia” y que sin embargo “no lo puede describir”. Llega a preguntarse en su exacerbación: “¿Quién eres, Señor?” sin alcanzar a responderse, en su “fluctuación entre la duda y la creencia”. Pero, de repente cae de rodillas y adora, “unida al polvo la sumisa frente”.


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    Es muy arequipeña esta nota; pero la avalora el lirismo sincero que palpita en ella. Hurtado no será un gran poeta; pero entre sus coetáneos y coterráneos tiene un valor personal suyo. Sus defectos de factura son frecuentes, explicables en parte porque el romanticismo no se cuidaba de ellos y en parte porque a Hurtado no debió importarle más el concepto de la forma. Incomprensivamente los críticos de la literatura nacional se muestran severísimos al juzgar a los que en el Perú cultivaron la rima, como si se tratara de una literatura completamente formada o en el auge de su desarrollo.


    Se dice que Hurtado poseía una palabra fácil y armoniosa, y así debió ser a juzgar por su prosa periodística, que es fluida; pero no brillante. Se dice también que conocía varios idiomas: el latín, el francés, el italiano y el aimara. Gozó entre sus contemporáneos de reputación de hombre de luces, al par que los grandes arequipeños, y si como estos no llegó a las cúspides, fue sin duda por su filosofía que lo hacía mirar con cierto desapego las vanidades de la vida, por defectos quizá de carácter  y por haberse quedado en el terruño nativo que aplasta. Ya lo dijo Vargas Vila: se sale de la parroquia a burro y se vuelve en mármol.


    El maestro, abogado y  periodista de ideales Don José Ciriaco Hurtado, falleció el 9 de  abril de 1878, en la ciudad de Puno, de donde fueron traídos sus restos para que reposen en su tierra natal. El diario "La Bolsa", que fue el periódico de la época, nos da, en el suelto necrológico, una psicográfica de lo que fue el Dr. Hurtado.


    “Ni los rudos embates de la suerte -dice- ni el amargo cáliz de sufrimiento debilitaron, su ardiente fe cristiana; antes por el contrario luchó firme y sereno contra las adversidades y jamás una queja escapó de sus labios. Héroe de la fe, ha muerto bendiciendo sus dolores”. “Alma grande y delicada -agrega- supo pensar como el filósofo y sentir como el poeta” .

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    Reconocimiento


    Según estos reglones, Hurtado se retorció en el dolor, aunque con los ojos puestos en la esperanza ultraterrena y se confirman así algunos de nuestros conceptos sobre su personalidad poética.


    Se cuenta que al morir Hurtado, sus papeles fueron a caer a manos de un Sr. Ponce, de Puno, y que este tuvo la avilantez de publicar como suyas las poesías del vate arequipeño.


    Hurtado recibió en 1928 un homenaje póstumo. El Colegio de Abogados, en solemne actuación, colocó; el día del centenario del nacimiento del jurisconsulto, periodista y poeta, el retrato de éste en su Galería de jurisconsultos y Magistrados Notables de Arequipa, pronunciado el discurso de orden el Dr. Demetrio Velásquez.


    Recorte del Diario El Deber del 8 de agosto de 1928.

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    A MI HIJO



    Bonum mihl lex orls tul, 

    super millla auri et argenti.

    Adolescentulus sum egoet contemptiu:

     justlficationes tuas con sum oblltus.

    SALMOS 118, v. 72 y 141


    I

    Crece, hijo mío, y entre tanto tu alma 
    Nutra la savia celestial también;
    De la inocencia la envidiable calma 
    Nunca se pierda para tí, mi bien.

    El santo aliento del Señor te inspire. 
    Su voluntad tu voluntad dirija, 
    Desde su trono sin cesar te mire 
    Y ande su diestra sobre tí prolija.


    Jamás la duda tu razón asalte, 
    Nunca el error tu corazón desvíe, 
    Y cuando sientas que la fe te falte 
    Deja confiado que la Cruz te guíe.

    Jesús en ella te dejó lijado en derrotero, 
    tu instrucción segura, 
    Y su camino te dejó marcado 
    Con un reguero de su sangre pura.

    Señal sublime que dejó en el suelo 
    Para que el hombre conducido fuera, 
    Hasta encontrarle en la mansión del cielo 
    Donde su eterna bendición le espera.



    II

    Toma, hijo mío, esa senda 
    De verdad y de justicia, 
    La única que hará propicia 
    Del hombre la eternidad.

    Bajo la doble palabra 
    De tu Dios y de tu padre, 
    Y guiado por tu madre, 
    Tómala sin vacilar.

    Sigue hijo mío, esa senda 
    Sin fijarte en este mundo, 
    Que tan sólo de un segundo 
    Es tu tránsito por él.

    Yo lo busqué, desgraciado, 
    Por demencia o por locura, 
    Y congoja y amargura 
    Fue todo lo que le hallé.

    Si da placer, da tormentos 
    Que, al mismo placer asidos, 
    Van dejando mil gemidos 
    Por cada gota de amor.

    I El amor!... lo más sublime 
    Que en su seno se produjo, 
    Lo ostenta como su lujo 
    Y es la fuente del dolor!

    Su ciencia es pobre, insegura; 
    Su riqueza para pocos, 
    Y aún esos la buscan locos 
    Con desesperado afán.

    La alcanzan con suma pena, 
    La gozan con inquietud, 
    Y a la hora del ataúd 
    Sin su riqueza se van.

    Son miseria sus honores, 
    Es quimérica su gloria, 
    Su grandeza es ilusoria; 
    Sólo su llanto es verdad.

    Pasa, hijo mío, en silencio 
    Sin fijarte en este mundo, 
    Que tan sólo de un segundo 
    Tu tránsito en él será.

    Pobre has nacido y humilde;
    Yo bendigo tu destino; 
    Al pasar en tu camino 
    Pobres como tu hallarás.

    Esos hombres son tu raza, 
    Tus amigos, tus hermanos; 
    A ellos extiende tus manos, 
    Con ellos parte tu pan.

    ¡Los pobres! hijo de mi alma, 
    Muy dignos son de ternura;
    No hay felicidad más pura 
    Que llegarlos a servir.

    Socórrelos cuando puedas, 
    Llora, cuando no, a su lado, 
    Y si tienes un bocado 
    Dáles preferencia a tí.


    Mucho, Luis, te recomiendo 
    El amor al desvalido, 
    Por la sangre te lo pido 
    Que se derramó en la Cruz;

    Pero sé modesto y noble 
    En la misma caridad, 
    Únela con la humildad, 
    Que así lo enseñó Jesús.

    III

    Cuando la tierra para mí se abra, 
    Y cuando mi alma su Hacedor la pida, 
    Cuando ya no oigas paternal palabra 
    Que te dirija en la escabrosa vida;

    Busca hijo mío, las piadosas letras 
    Que hizo tu padre por su amor a tí. 
    Que si hoy en tu niñez no las penetras, 
    Serán un día tu lección aquí.

    Ten en tu madre tu más santo ejemplo, 
    Sigue su senda de virtud: con ella 
    Busca al Señor, implórale en su templo, 
    Que allí la paz del corazón se sella.

    También tu madre como tú es sencilla, 
    Que contra el vicio fue el candor su valla; 
    Siempre a la eterna Voluntad se humilla, 
    Siempre perfectos sus decretos halla.

    Cree, hijo mío, con fe ciega en ella: 
    Nunca tuvieras mas segura guía. 
    Porque muy cerca del Señor la estrella
    Brillando veo de mi fiel María.

    IV

    Crece, hijo mío, a su lado 
    Puro, inocente, hechicero,
     Como en un bosque ignorado 
    Lirio esbelto y sonrosado 

    A la sombra de un palmero
    Crece allí, paloma mía, 
    Sobre tu nido de flores, 
    Arrullado noche y día 

    Por la plácida armonía 
    De mi canto y mis amores.
    Sobre tu alma noble y pura 
    Derrame el Cielo sus dones, 

    Tu madre amor y dulzura, 
    Y tu padre su ternura
    Y el Señor sus bendiciones.
    Crece así, mi Luis querido, 

    Y tenga un día el consuelo 
    De mirarte engrandecido, 
    Por el hombre bendecido 
    Y aceptado por el cielo.

    Entonces oiré sin pena 
    La augusta y sublime voz 
    Que de esta mansión terrena 
    Me haga salir, y serena 
    Volará mi alma a su Dios.



    V

    Crece hijo amado, candoroso y puro. 
    Sin que del bien tu corazón se aleje. 
    Vive en la santa religión seguro, 
    Que ella a sus hijos con amor protege.

    Ama al trabajo, la virtud práctica, 
    Huye del vicio la extraviada senda; 
    Ten compasión del criminal y aplica 
    Todas tus fuerzas a alcanzar su enmienda.



    Sea cada hombre para tí un hermano, 
    Presta al que puedas protección y ayuda: 
    Haz siempre el bien, se generoso, humano 
    Y el brazo en todo del Señor te acuda.

    Es muy frecuente sobre el mundo ver 
    Que la justicia perseguida gime: 
    Luchar por ella sea tu deber 
    Contra la fuerza que brutal la oprime.



    Siempre de parte del más débil ponte. 
    Alza en su auxilio el corazón, la lengua, 
    Y ten cuidado que jamás te afronte 
    Nadie en el mundo adulación ni mengua.

    Deja para otros la opulencia, el lujo. 
    Ídolo ruin de un corazón de escoria, 
    Y ten presente que jamás sedujo 
    Al de tu padre tan mezquina gloria.

    Y ten presente que tu padre nunca 
    Entre los dueños del poder se vio. 
    Que su grandeza deleznable y trunca 
    Lástima y tedio al corazón le dio.


    Y nunca olvides que tu padre al 
    Cielo A todas horas elevó su mente, 
    Mientras su forma se arrastra en el suelo 
    Sin nombre, oscura y abatida frente. 

    VI

    Pasa, hijo mío, en silencio, 
    Que no queden ni tus huellas;
    Más allá de las estrellas 
    Tu noble destino está.

    Más allá donde te espero 
    En un eternal palacio. 
    Tan grande como el espacio, 
    Nuestras almas se abrirán.

    VII

    Y ten presente que gustó a tu padre 
    Dentro la choza de amarilla paja, 
    Hablar al pobre con tu tierna madre 
    De la esperanza que del Cielo baja.

    Y nunca olvides que al vagar en ellas 
    Halló entre harapos la virtud brillando, 
    Y al escuchar sus tímidas querellas
     A sus lamentos se asoció llorando.

    Y ten presente que vagando oculto 
    Bajo las ramas del apartado huerto, 
    Huyó las plazas y el social tumulto 
    Lleno de azares, de placer desierto.

    Y nunca olvides que al vapor tranquilo 
    Bajo las hojas de un vergel ameno, 
    Durmió a su sombra en solitario asilo 
    Libre de azares, de zozobra ajeno.

    Y allí algún día infeliz labriego 
    Simple banquete le aceptó gustoso, 
    Y compartieron con igual sosiego 
    Miseria, y dicha y mezquindad y gozo.

    VIII

    Duerme, hijo mío, a la sombra 
    De tu solitario sauce, 
    O medita junto al cauce 
    De algún oculto raudal.

    De allí, cuando llegue el tiempo, 
    Te alzará tus alas bellas, 
    Porque allende las estrellas 
    Tu noble destino está.

    No te roces con el mundo 
    Sino para hacer el bien, 
    Mas contempla con desdén 
    Los bienes que el mundo da.

    Lista tu alma para el Cielo 
    Nunca a la tierra se adhiera, 
    Que mañana en la alta esfera 
    Su misión comprenderá.

    IX

    Estima tu alma por su augusta raza 
    Como a una hija de celeste origen, 
    Y por el timbre que a su Dios la enlaza 
    Todos tus votos en su honor se fijen.

    Más, nunca olvides que en el rol humano 
    Tu oscuro nombre es inferior a todos; 
    Teme al orgullo que insidioso y vano 
    Suele afectarnos de diversos modos.

    Hijo de pobres, la humildad te es propia;
    Vástago tierno de una raza inculta, 
    Sólo virtudes en silencio acopia 
    Y en las cabañas tu existencia oculto.

    Yo nací pobre; en orfandad crecido, 
    Sólo el apoyo del Señor sentí;
    El mismo ahora para tí le pido;
    No temas, hijo, que te falte a tí.

    Pobre nací; que bienes de fortuna 
    Ni yo pidiera, ni me dio la suerte; 
    Pobre y sin galas encontré mi cuna,
     Pobre y oscuro me hallará la muerte.

    También sin galas preparé tu lecho 
    Cuando a este mundo te mandó el Señor; 
    Mas ¡ay! en cambio te guardó mi pecho 
    Ricos tesoros de exquisito amor.

    Amor, ternura, protección y halago 
    Sublime afecto y paternal esmero, 
    Son los presentes que en la vida te hago, 
    Mientras alcance a ser tu compañero.

    Y cuando Dios me llame a su presencia 
    Hasta que ordene nuestra eterna unión 
    Estas lecciones formarán tu herencia 
    Con mi postrera y tierna bendición. 



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    ÍNDICE
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    Fuente:


    • La Lira Arequipeña: Colección de las más selectas poesías de los vates antiguos 1889.
    • Revista ESCOCIA.  Año I, N°16. Septiembre de 1928.
    • Edición de La Bolsa del 11 de abril de 1878.
    • Arequipeños que hicieron historia. Mario Rommel Arce. 2007.
    • Revista del Archivo Nacional del Perú, Volúmenes21-22
    • https://www.familysearch.org