Un bebe en Arequipa
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Abelardo Manuel Gamarra Rondó, apodado el Tunante (Sarín-Huamachuco, 31 de agosto de 1852 - Lima, 9 de julio de 1924) fue un escritor, periodista, político y compositor peruano. Fue llamado «el escritor del pueblo» por Ciro Alegría, y «el escritor que con más pureza traduce y expresa a las provincias» por Mariátegui. El 8 de marzo de 1879, Gamarra bautizó al baile nacional peruano como «marinera» en honor a la marina peruana que defendió al país en la guerra del Pacífico.
En su estadía en la ciudad de Arequipa compuso el Vals “Ángel Hermoso”, el primer vals criollo peruano con letra, el 9 de julio del año 1885.
En su libro Rasgos de Pluma (1902), donde narra algunas costumbres de los pueblos del Perú dedica una parte a la ciudad de Arequipa, el cual pasamos a transcribir.
Un bebe en Arequipa
La mañana estaba
preciosa: era de esas mañanitas nubladas, que solo pueden compararse al aspecto
lánguido y misterioso de apasionada arequipeña, muellemente recostada en su confidente,
con el cabello suelto y los párpados bajos, como nube que amortigua el suave
resplandor de la naciente luna: era una mañanita de las más deliciosas de
Diciembre, en que comienzan los paseos al campo.
Los amigos
que me llevaban se encaminaron por el distrito de Caima; y de la parte más
elevada de él pude mirar en torno mío y gozar del panorama hermoso que ofrecen
Arequipa y sus alrededores: diríase que la ciudad se presentaba, a juzgar por
las nieves de su Chacchani y Pichupichu, lo elegante de sus edificios y lo
pintoresco de su campiña, radiante de esplendor y hermosura, como alguna de
aquellas orgullosas señoras de la capital de la República en un baile de
fantasía: riquísimos brillantes esparcidos sobre su ambareada cabellera ó ciñendo
sus sienes con diadema magnífica; luciendo su cuerpo primoroso vestido y
pisando sobre suave y riquísima alfombra de Bruselas.
Vista
Arequipa desde altura, parece en gran-de aquel Chorrillos, que con tanta
justicia fué llamado nuestro Versalles: salvo las nieves y el majestuoso Misti,
los mismos cerros cenicientos cortando el horizonte como inmenso marco; el
mismo conjunto resplandeciente de luz; la misma estensa y esmeraldina campiña
de la ciudad; los edificios pintados con colores blanquiscos, formando
agrupación uniforme, sería monótona si de entre ellos no se destacaran como pirámides
de mármol las blancas torres de los templos, los elevados pinos, las astrapeas, los altos eucaliptus, los lúcumos verde oscuro, los naranjos de hojas
relucientes y de verde tan claro como el del saúco, los gallardos álamos, los
numerosos sauces, y si á trechos no se alcanzára á divisar porción de huertas
de melocotoneros y perales.
La campiña,
en la que no se vé un palmo de terreno sin cultivo, cubierta de trigales, alfalfares,
etc., espaciosa y plana como el piso de inmenso salón, presenta el mismo
aspecto que el de una alfombra tendida al sol; y á trechos se ve en ella
esparcidas casitas que parecen hechas de nieve, tan blancas son las piedras de
que se hallan formadas.
Fotografía coloreada digitalmente, que muestra una picantera ofreciendo un bebe de chicha en Tiabaya, alrededor de 1920. Foto base original: Gustavo Wendorff.
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Durante
muchas horas del día se deja oír el lejano eco de sus campanas echadas á vuelo,
de los cohetes y de las bandas de música que cele-bran fiestas religiosas
multiplicadas, de manera que aquel pintoresco panorama, inundado constantemente
por vivo resplandor, hace recordar entre lo que hemos visto, la imagen de
aquella mujer-pez, vestida de lentejuelas y sumerjida en agua trasparente,
depositada en anchurosa tina de cristal, y trae á la memoria también el
recuerdo de esa sirena que según la Mitología, con su canto melodioso solía
subyugar á los navegantes y detenerlos hasta hacerlos morir.
Arequipa es
una de las más alegres, nuevas, pintorescas y progresistas ciudades del Perú:
nada se encuentra en ella que recuerde el pasado: todo presajia el porvenir:
todo á él se encamina.
El Misti,
cantado por cuantos poetas han admirado su imponente altivez, su majestad sombría,
es de sublime grandioso; parece jigante de cabellera cana sentado á las puertas
de la ciudad pronto, celoso talvez de sus encantos, á devorarla en un momento:
casi continuamente hay sobre su cráter una nube como inmensa columna de humo
arrojada por titánica locomotora.
De vez en
cuando estremécense sus entra ñas de fuego, palpita su inmenso corazón, y entónces,
como blancas palomas asustadas por el cazador, dejan sus lindos nidos las
hermosas arequipeñas y se precipitan á las calles envidiando á los ruiseñores,
las golondrinas ó los jilgueros, que vuelan cantando, sin preocuparse por más
que el jigante arrugue el entrecejo. El viejo este es como el papá de Arequipa
y según como él amanece, amanecen los habitantes: unas veces esté de mal humor
y aparece envuelto en su bata plomisa, formada por neblina impenetrable: ese
día está de nevada y todos como él, están mal humorados, con spleen
mortificante, jaqueca insoportable en las mujeres; otras veces el viejo se
presenta con lo que llamaremos cara blanca, como si acabara de jabonarse y se
fuera á afeitar, ante el diáfano espejo de una atmósfera trasparente, ese día
es de gala: todos amanecen alegres, pero jamás se halla tan imponente como en
noche de luna: negro y acurrucado bajo el cielo parece contemplando al astro de
la noche, eunuco sentado en cuclillas, viendo salir del baño á su sultana.
Arequipa
tiene sus barrios ó lugares que llamaremos arrabales de la ciudad, en los que
se encuentran situadas, por centenares, las mejores picanterías, y entre estos
existen los siguientes: la Ranchería, la Pampa, San Lázaro; callejón de
Huecesitos y Ejercicios; además no faltan algunas en las calles próximas á las
centrales y aún en las principales, hasta ha poco.
Podemos
dividir las picanterías en de primera, segunda y tercera clase: de primera; las
que tienen hermosa huerta y local cómodo, aseado y espacioso; de segunda, las
que-tienen casita y corral con sembrío, y de tercera, las que se hallan en
tiendecitas; esto por lo que respecta á su categoría.
Con
respecto á sus nombres, las hay de los tres reinos: animal, mineral y vejetal:
el Leoncito, la Mariposa, el Oro en polvo, la Plata piña, el Floripondio, la
Palma real. Hay además picanterías históricas: el 2 de Mayo, 8 de Octubre, 13
de Enero, etc. Otras mitológicas: la diosa Venus, la Minervita; otras heráldicas,
enigmáticas, pirotécnicas, acústicas, emblemáticas, diagnósticas, cáusticas,
críticas, melancúlecas y compunjiativas.
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Sobre todas
estas se encuentran las que llamaremos de nombre criollo: Ño Brazo é cuchi, la
Pindonguita, ña Vale cuatro, la Tumba y pela, Sigalasté, ña Rompe y rasga, el
Zarandeo, la Guaraguera; etc. etc., y otras que sería largo enumerar, entre
seis mil picanterías, que mas que menos habrá esparcidas á la entrada de la
campiña.
Las dos de
la tarde es la hora del bebe y es-tamos en las «Siete chombas», pojem, donde
abundan las buenas chichas; es decir las de color de onza de oro, claras,
dulcetonas y aceitocitas.
Esta es la
hora en que todo artesano y gente de trabajo en Arequipa toma su lunch criollo
a manera de los grandes señores la cerveza: llegan, piden, toman y pagan, regresando cada cuál
a su ocupación, salvo que sea un convite particular ó día feriado, entónces la
cosa pasa de la manera siguiente:
Una
picantería es una casucha con dos ó mas corredores al rededor del patio y del traspatio, mas un saloncito con sus
respectivas mesitas rodeadas de bancas; sobre la puerta de la entrada se vé, en
bulto, la figura simbólica que dá nombre á la picantería: una granada, un sol,
un cometa, un camarón, un elefante, etc. y tras esta figura un rótulo como el
de aquel pintor que decía: «este es mono.»
No bien se
llega al patio, se lée en el zaguan esta inscripción ú otra parecida:
Hoy no se fía Mañana sí,
Trampas afuera Menos aquí.
O se vé un
mono pintado con un garrote en la mano, levantado, y á cuyo pié se lée:
Al que no pague su vaso
Le respondo por mi
abuelo
Que le pego un garrotazo
Lo mundo preso y lo amuelo.
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En las paredes
de los corredores se ve cuadros al fresco, pintados por Juan Muchachas, artista
de la escuela de aquel famoso Pancho Fierro, de Lima, que tanto se distinguió
en los retratos de tipos nacionales. Esos cuadros representan: unos, episodios
históricos, como la batalla de San Francisco, el combate de Tarapaca, el del 2
de Mayo, el de Angamos, y otros, grupos de tipos nacionales y de costumbres de
jarana, y así se vé aquí, un gringo bailando moza mala con una china de buen
jeme, llena de cintas y de rosas en la cabeza; y por allá, un mozo sajuriano
con el sombrero de medio lado, galanteando á una frescachona y empingorota da
jamona, cara de bien-me-sabe. Los dichos populares abundan en inscripciones por
todas partes.
Asomando la
cabeza hacia las habitaciones que van al corredor, vénse en fila, diez, quince,
veinte chombas llenas de chicha, y cuatro ó seis charangos, como borrachos que duermen, apoyados en la pared.
En el
segundo patio se vé una especie de troje destinado á la elaboración del huiñapo
y más allá el corral sembrado de cebollas,
coles, papas ó maiz. Dos perros, mezcla de terranóva y esquimal, atados
fuertemente con sogas, custodian el sembrío cercado de multitud de cauracasches
(espinas) ó tapias de poca elevación.
Tal era la
picantería donde entramos y en la que vimos á numerosos hombres del pueblo
sentados al rededor de las mesitas, cada cual con su vaso, cuádruplo de los
vasos comunes: sirvientas muchachonas
atendían á los parroquianos; sentadas cerca de las mesas hallábanse las
llamadoras ó mozas del tecum y la patrona que era una mestiza buenamozota
«ancha de arriba como de abajo», contoneándose y llena de zandunga, cruzaba
majestuosa de la cocina al patio, diciendo: Carosa, helay quítate si no me lo
entendis: calongo, vení aparáte: dejóme viditay: figúratelo que vos me lo
traeris. Lo que nos hacía recordar aquella bufonada con que pican á la gente
del pueblo: prestemé usté su mocontullo para misquirichir mi chupe y en cuanto
diga chis se lo volverís.
Como éramos
mas de ocho, pusieron sobre la mesa un vaso de más de media vara de alto, que
cada uno levantó en peso para comenzar á echar el bebe, mientras los demás
decían: «zambo, bájale dos dedos.»
En el acto
sirvieron los seis picantes de reglamento, cuya momenclatura fue la siguiente:
Ocopa de
camarones con loritos. Picante de soldados muertos con habas. Sebinche de
bofes. Bogas emponchadas con cachichuños. Caparinas con llatan. Ají de
disparates ó conversación de mujeres. Pepián de conejos. Tamal en fuente.
Chancho asado. Timpuzca de cecina.
Terminado
el picante y el vaso grande, á cada cual se le trajo un vaso mediano, que concluido,
dijo el convidador:
—Patronita,
venga una media de anisado, esto es el baja mar.
Con el baja
mar se pusieron alegres los concurrentes é hicieron llamar al ciego Zenón, chillador
ó contratado, guitarrista notable, quien tomando la viola y al ver cuadrarse á
uno de los convidados con la patrona, soltó el verso siguiente:
Desde Yanaguara abajo
Vengo por tí, vida mía,
Pues me han dicho que tus ojos
Parecen la luz
del día.
Y hace tiempo que ando ciego
En busca de un
corazón
Alúmbrame pues, mamita,
Te pagaré con mi amor.
¡Jaleo!
¿Quién es quien debe?
¡Arriba!
Que venga un bebe.
Tienes en esa boquita
Todo el cráter del volcán,
Todo el cráter del volcán,
Por eso, mamititita,
Yo no me atrevo á besar.
Pues me ha contado un piloto
Que á besarte se atrevió.
Que en toda el alma sintió.
Que le
hiciste un terremoto,
¡Paloma!
¿Cuánto se debe?
¡Arriba!
Que venga un bebe.
Hasta las
seis y media estarían bailando los convidados, á esa hora levantamos el campo. Tal es un
bebe en regla.
El artesano
en Arequipa, el hombre del pueblo, en él se alegra y jamás comete los excesos
de que nos hablan los que escriben acerca de los pueblos de otros países que
frecuentan tabernas, y es que este pueblo tiene la más alta idea de su dignidad
personal y un amor propio muy marcado.
Fuente:
- Rasgos de Pluma, Abelardo Gamarra "El Tunante" 1902.