Índice

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    La revolución de 1867, fue un conflicto que libraron las fuerzas revolucionarias encabezadas por el general Pedro Diez Canseco (en Arequipa) y el coronel José Balta (en Chiclayo) contra el gobierno del presidente Mariano Ignacio Prado, cuyo mandato se consideraba constitucionalmente cuestionable.



    ANTECEDENTES 

    • El general Mariano Ignacio Prado había llegado al poder en 1865 tras una revolución victoriosa contra el gobierno del general Juan Antonio Pezet. Prado se proclamó Dictador y dirigió victoriosamente la guerra contra España, cuya última acción fue el combate del Callao del 2 de mayo de 1866.
    • Finalizado el conflicto internacional, Prado quiso legitimar su gobierno. El 28 de julio de 1866 dio un decreto para convocar a elecciones para Presidente de la República y un Congreso Constituyente. Este último se encargaría de escrutar los resultados de las elecciones presidenciales y proclamar al presidente electo, para luego enfocarse a la redacción de una nueva carta magna, en reemplazo de la Constitución moderada de 1860. Dichos comicios se realizaron octubre de 1866, en los que Prado, sin renunciar al poder, postuló para Presidente de la República, contando así con evidente ventaja.
    • El Congreso Constituyente se instaló el 15 de febrero de 1867. Ese mismo día Prado se despojó de su autoridad dictatorial y fue designado por el Congreso como Presidente Provisional, mientras se proclamaba al Presidente Constitucional elegido en las elecciones de octubre. Pero como Prado era el candidato electo en dichos comicios, este mandato provisorio resultaba constitucionalmente anómalo.
    • El Congreso Constituyente, dominado por los liberales, se dedicó a redactar una nueva Constitución Política. Esto provocó un gran descontento en la población. En defensa de la Constitución de 1860, el ya veterano mariscal Ramón Castilla organizó su última aventura revolucionaria, en la provincia de Tarapacá, pero falleció en pleno desierto, cerca de Tiliviche, el 30 de mayo de 1867. No obstante, dejó encendida la chispa revolucionaria.
    • La nueva Constitución Política que elaboró el Congreso de 1867 era fuertemente liberal, incluso más que la Constitución de 1856, que había sido su modelo. Fue promulgada el 29 de agosto de 1867. Dos días después, el 31 de agosto, Prado fue proclamado Presidente Constitucional, aunque apenas gobernaría por unos meses.

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    ACONTECIMIENTOS (1)

    [...] EL 11 DE SETIEMBRE DE 1867 EN AREQUIPA 

    Aprobada la Constitución, un mandato supremo ordenó proclamarla en las principales plazas públicas de todas las capitales departamentales de la República. En Arequipa, el 11 de setiembre de 1867, día elegido para ese propósito, se realizó un Te Deum en la Catedral a las nueve de la mañana. Mientras se efectuaba el oficio religioso con la asistencia de las autoridades y los representantes oficiales de las instituciones, se reunió un gentío en la Plaza de Armas (previa y secretamente convocado por la iglesia y las organizaciones piadosas) que exclamaba vivas a Cristo y la religión y mueras a la Constitución y al gobierno. Para evitar enfrentamientos el coronel Miguel Valle Riestra. Prefecto de Arequipa, ordenó el retiro de las tropas que en la Plaza de Armas se alistaban para presentar armas cuando las autoridades salieran del templo. En hojas sueltas impresas, repartidas por varios jovenzuelos, comenzó a circular entre los manifestantes la siguiente protesta anónima: 

    "PROTESTA DEL PUEBLO AREQUIPEÑO: Con la energía de los hombres libres, con la fuerza de la justicia y con la incontrastable firmeza de los discípulos del Crucificado, protestamos a la faz del mundo entero de las despóticas, impías y antisociales decisiones de los altos poderes del Estado, consignadas en la nueva Constitución y en las leyes y decretos relativos a su cumplimiento". 

    "La ley que se halla en contradicción con la voluntad popular, fuente de todos los poderes públicos, es un absurdo. El instituto de la justicia reside en la conciencia pública. La conciencia pública engendra la opinión general; y expedir leyes en contraposición de ésta, es poner en práctica a la injusticia misma".

    "Arequipa, en consonancia con los demás departamentos de la República, levanta su voz, con la energía y lealtad que le son peculiares, para hacerse oír de los titulados representantes de la Nación; y retiró su confianza a 105 diputados que pretendían representarlo; pero todo en vano". 
    "Hoy que ha llegado el caso de llevarse a efecto la promulgación de ese monstruoso aborto, titulado Constitución, Arequipa declara lo siguiente: 

    1_ Que rechaza con toda la vehemencia de su corazón, esa carta impía, destructora del orden público y emanada de un poder que no ha tenido ni tiene otro origen que el decreto dictatorial de 28 de julio de 1866. 

    2. Que, aunque el Poder Ejecutivo emplee cuantos medios de coacción y de violencia estén a su alcance, Arequipa jamás prestará obediencia a la citada Carta Fundamental; y 

    3. Finalmente, que hace esta declaración con el objeto de que, los demás departamentos conozcan su determinación y se persuadan de que Arequipa no reniega de su Religión, de su amor a la libertad y de su adhesión a la justicia; que, si en su seno se promulga tal Constitución, será a impulsos de la fuerza bruta, y de ninguna manera con asentimiento suyo". 

    " LOS AREQUIPEÑOS" (La Bolsa. 16. Setiembre. 1867. Pág. 1) 

    Al término del Te Deum se retiraron las autoridades de la Catedral y de la plaza, mientras el gentío -mayoritariamente integrado por mujeres- arreciaba con sus gritos hostiles a la Constitución y al gobierno. La multitud hostil convirtiose en manifestación y se encaminó al local prefectural. El Prefecto recibió a una comisión de los manifestantes y, en vista de las reiteradas exigencias, aceptó suspender las ceremonias pre· paradas para proclamar la Constitución, y que debían efectuarse en la tarde de ese día en las cuatro plazas de la ciudad. Informada la multitud de la promesa prefectural, que era su primer éxito, regresó triunfante a la Plaza de Armas y entre los vivas y mueras que deseaba, presenció que unas manos anónimas quemó el texto constitucional que, fragmentariamente. aparecía en un ejemplar del periódico: La Bolsa. De igual forma y premunida como por encanto de alcohol, agua de ras y manojos de paja, incendió y destruyó el tabladillo exprofesamente levantado para la ceremonia de proclamación de la Constitución que condenaba. No contentos con ello, los manifestantes se dirigieron a las plazas de Santo Domingo, Santa Marta y San Francisco y quemaron allí los tabladillas que con el mismo propósito se habían construido. 

    Esa tarde del 11 de setiembre fue de ajetreos para los vecinos de la villa: los notables, al mismo tiempo que ordenaban a sus sirvientes limpiar las armas que tenían. se apresuraron a guardar sus joyas y valores en el sitio más seguro de sus casas. No faltaron algunos precavidos que llevaron sus baúles con riquezas a la celda del padre superior de algún convento. Los que tenían sus casas en las inmediaciones de los cuarteles parapetaban puertas y ventanas, incluso, a manera de defensa, pusieron cercos improvisados a los techos. Las matronas, acampanadas de sus criadas de confianza, se dedicaban a colectar dinero de casa en casa, alentando a los vecinos con las noticias que llevaban comedidamente. Por su lado la Prefectura destacó a piquetes de soldados, para que vigilaran las torres de la Catedral, San Francisco, Santo Domingo, la Compañía, San Juan de Dios y el techo abovedado de la Maestranza; como un último intento de amedrentar e impedir la convocatoria del pueblo con el toque a rebato de las añejas campanas. 

    A las cinco de la tarde de aquel 11 de setiembre, se juntó una turba frente a la Prefectura y, al no encontrar persona ante quien protestar, se dirigió amenazante ante el cuartel de Celadores. Los manifestantes empezaron a tirar piedras a los portones de Celadores, incluso algunos, hicieron unos disparos al aire. La muchedumbre parecía un huayco represado por aquellos portones de madera que empezaron a crujir ante el embate. De pronto los soldados, que sigilosamente estaban escondidos entre los muros y las bóvedas de los techos del cuartel, salieron y lograron hacer fuego contra la muchedumbre que en estampida se dispersó en todas las direcciones posibles. Tres paisanos cayeron muertos y, por lo menos, cinco quedaron heridos por los disparos. 

    Riesgo macabro el de esos soldados, sus disparos fueron rápidamente contestados desde los techos y ventanas de las casas vecinas, provocando cerca de diez bajas entre los uniformados. El tiroteo continuó, mientras el bando militar se reforzó con la presencia del batallón Ayacucho, jefaturado por el coronel Daniel Ginés. Con este traqueteo vehemente se generalizó la lucha en la ciudad. En muchas calles se comenzaron a levantar trincheras. Un grupo de rebeldes dominó a la guardia de la cárcel y liberó a los presos, entre los que había varios conspiradores contra el régimen. Grupos de exaltados ciudadanos, por la simple presunción de gobiernismo de sus dueños o por crear mayor alboroto, asaltaron la bien surtida tienda de don Tomás Muñiz la sastrería de don Juan Backmann, el flamante establecimiento "Del Dos de Mayo", la tienda de don Julio Ariansén; así como irrumpieron en el archivo de hipotecas de don Mariano G. Calderón de donde sustrajeron muchos legajos. los disparos de los soldados, parapetados en los techos de los cuarteles, Prefectura, Maestranza y entre las torres de los principales templos, fueron incapaces de controlar el desorden callejero, que fue cubierto por los disparos de paisanos parapetados en sus casas y de los mismos enfurecidos manifestantes. Después de t res horas de duro enfrentamiento que dejó como saldo unas cincuenta bajas y numerosos heridos, entrada ya la noche, los rebeldes se replegaron a sus domicilios y los soldados se refugiaron en sus cuarteles. 

    En la noche de ese 11 de setiembre, bajo la presidencia del Prefecto Valle Riestra, se reunió una Junta de Guerra que evaluó la situación, proyectó acciones y, por su destacada actuación, felicitó al batallón Ayacucho y nombró a su jefe -coronel Ginés como el Jefe de la Plaza. 

    EL CONTROL MOMENTANEO DE LA REBELÍON 

    Al día siguiente los paisanos ganaron en iniciativa a los militares y, en horas de la madrugada, tomaron como trofeos las torres de Santa Marta, San Lázaro, el Beaterio y La Merced. A las siete de la mañana tomaron también, aunque esta vez a la fuerza, las torres de la Catedral que, a esa altura de nuestra historia, era el más preciado sitial de rebeldía. La población despertó escuchando el incesante tañido de las campanas que agitaban los rebeldes. Sin embargo, por falta de organización entre los opositores a la Constitución, porque les comenzaba a escasear municiones y por las decididas arremetidas de los soldados comandados por Ginés; conforme avanzaba el día, los paisanos fueron abandonando cada una de sus trincheras, cada uno de sus trofeos. Poco después del mediodía los militares controlaron la situación. 

    Si militarmente la situación estuvo controlada en los días siguientes, la tensión entre los beligerantes seguía vigente. Es más. presionado por los jefes militares y el gobierno, para que aplique severas sanciones a los que se había detectado como cabecillas de la revuelta, el Prefecto, coronel Miguel Valle Riestra, temeroso de que su razón estuviese más cerca de la razón de los rebeldes que la del gobierno, optó por renunciar, argumentando estar enfermo. El gobierno aceptó la renuncia y nombró como Prefecto de Arequipa al coronel Daniel Ginés, autorizándolo para conservar la jefatura de su batallón. El coronel nombrado asumió el cargo el 20 de setiembre y comenzó por dictar órdenes de allanamientos y detenciones. 

    los pelotones militares, con las órdenes de Ginés y los fusiles en las manos de sus integrantes, no reconocieron impedimento alguno para tomar presos a los sindicados como cabecil1as de la revuelta. En menos de veinticuatro horas detuvieron a más de doscientos paisanos, allanando domicilios, derribando puertas y ventanas, pateando y dando culatazos a los familiares de los perseguidos que trataban de impedir su acción. Los operativos, fueron cumplidos con ferocidad y esmero. En las horas siguientes los cuarteles de la ciudad estuvieron repletos de detenidos que, en improvisadas celdas, escuchaban las amenazas de fusilamiento y flagelación ante el menor signo de rebeldía. La tensión creció y parecía una corriente de lava subterránea buscando el punto más débil para explotar. 

     EL 22 DE SETIEMBRE DE 1867 

    Serían las dos y treinta de la tarde del 22 de setiembre, cuando el alférez Mariano Corrales Melgar, indignado por el trato que se daba a sus paisanos presos, con quienes además compartía su protesta, y en circunstancias en que el coronel Ginés no se hallaba en el cuartel, se sublevó y .al grito de: ¡viva la religión! dio muerte, personalmente, al capitán de la guardia. Inmediatamente recibió el apoyo de algunos integrantes de la banda de música y ,juntos, dieron muerte a siete oficiales. Enseguida el grupo de Corrales liberó a los detenidos y los armó; terminando por apoderarse del cuartel con el incrementado apoyo. 

    Al enterarse el Prefecto Ginés lo sucedido con su propio batallón, hizo reunir por el jefe de la guardia del hospital a todos sus efectivos y, con ellos, que serían unos treinta hombres, se dirigió en tropel al cuartel amotinado. Cuando los hombres de Ginés se aproximaban en desordenada cabalgata al cuartel amotinado, fueron recibidos por fuego graneado. Uno de los disparos mató a Ginés y los hombres que le obedecían, al ver al hombre todo poderoso de hacía unos instantes, rodar exánime, abandonaron la pelea y escaparon desesperadamente. 

    La población se sumó a los rebelados en el cuartel dando vivas a la religión ya Jesucristo y condenando a la Constitución y al gobierno. Los rebeldes, como un río en crecida que busca su antiguo cauce, fueron tomando a la fuerza o por abandono los otros cuarteles de la ciudad. En cada uno hicieron el mismo ritual; liberaron a los presos, los armaron y exclamaron sus condenas. poniendo en el límpido cielo la rúbrica de sus disparos. 

    Muerto el Prefecto, desbandadas las fuerzas militares, liberados los presos, armados los paisanos por sus domésticos fusiles o por los que cogieron en los cuarteles; la plaza fue de los rebeldes que echaron al vuelo ladas las campanas. Si. las mismas campanas que el gobierno de Prado quiso que fueran tocadas por la moderación.

    No bien convirtieron los rebeldes la situación a su favor, los notables de la ciudad se reunieron en la Municipalidad y acordaron el siguiente pronunciamiento: 

    "ACTA.- En la ciudad de Arequipa. a los 22 días del mes de setiembre del año del Señor de 1867. Reunidos en la Casa Consistorial los ciudadanos que suscriben. a consecuencia del pronunciamiento de las fuerzas que guarnecían esta capital, en apoyo de la voluntad del pueblo, expresada en los días 11 y 12 del corriente, en los que se negó, de la manera más solemne, a reconocer la Constitución dada por la Asamblea que nombró el Dictador, Coronel D. Mariano 1. Prado, y mucho menos la autoridad de éste corno presidente elegido por sólo los gendarmes de la República; acordaron el restablecimiento de la Constitución Política reformada en 1860; e invocaron a la autoridad emanada de ella, es decir, del Segundo Vice-Presidente de la República, General D. Pedro Diez-Canseco; y la firmaron. Juan Manuel Polar, Francisco Chocano, Fernando A1vizuri, Tomás Gutiérrez, Juan M. Diez-Canseco, Domingo Gamio, Manuel Manrique, Hilario Muñoz, Diego Masías, Eugenio Escobedo, J. Benigno Pacheco, José S. Barreda, Mariano Vargas, J. Saturnino Flores, ... "   (La Bolsa, 24, setiembre de 1867. Pág. 1).

    Grabado que muestra a la ciudad de Arequipa en el "Harper´s Weekly", semanario norteamericano del 7 de marzo de 1868.


    LA VENIDA DE PRADO A AREQUIPA 

    El coronel Mariano Ignacio Prado que por dos períodos se había desempeñado como Prefecto de Arequipa; que estaba casado con la dama arequipeña, Magdalena Ugarteche; que habla sido encumbrado como Jefe Supremo Provisorio por la rebelión popular arequipeña de 1865; que había constituido la Dictadura que declaró la guerra a España. que tuvo el exitoso coronamiento del Combate del Dos de Mayo de 1866 y que propugnó reformas en la administración estatal; que fue elegido como Presidente de la República, en unas elecciones simultáneas con las de los representantes al Congreso Constituyente de 1867 y en las que él fue, paralelamente, candidato único y Jefe de Estado; sabedor de que las rebeliones arequipeñas había que develarlas drástica y rápidamente, antes de que pudieran propagarse en otros departamentos y terminar por poner en jaque al gobierno establecido, decidió venir a Arequipa comandando una fuerza militar. 

    Para venir a Arequipa, Prado contó con el consentimiento del Consejo de Ministros. Más bien, como calculó que el Congreso (que en setiembre de 1867 le era hostil), podría oponerse a su decisión, optó porque los congresistas gobiernistas lo dejen sin quorum, indefinidamente. En vista de que no existían Vicepresidentes de la República, Prado entregó el mando al Consejo de Ministros, asegurándose que, mediante renuncias calculadas como frente a un tablero de ajedrez, asuma la Presidencia del Consejo el general Luis la Puerta quien, además de ser de su confianza, era un hombre res· petado hasta por la oposición.  

    El 12 de octubre de 1867, Prado encargó el poder al presidente del Consejo de Ministros, general Luis La Puerta, y al frente de un ejército de poco más de 3.000 hombres, marchó al sur, con el propósito de sofocar la revolución de Arequipa.

    Con la celeridad del caso organizó su partida, despachó tropas y armó su Estado Mayor para la campaña con el concurso de los coroneles: Manuel de la Cotera, José Gabriel de los Ríos, José María Tejada, Antonio Moya. Juan Bautista Mariscal, Mateo Gonzáles Mugaburu y Juan Antonio Ugarteche. También ordenó que después de su partida le enviasen los cañones recientemente adquiridos: el "Blackey de 300" y el de "68". 

    El 13 de octubre partió del Callao con una columna de zapadores que, al mando del comandante Isaac Recavarren, estaba pertrechada con los equipos de ataque más adelantados de la época. Luego de una travesía normal llegaron a Islay tres días después. 

    Prado desembarcó en Islay el 16 de octubre y avanzó hacia Arequipa, que se atrincheró, siguiendo la larga tradición republicana de resistencia de sus habitantes. Un grupo de revolucionarios salieron temerariamente de la ciudad y sorprendieron a una columna gobiernista en Congata, causando este triunfo gran regocijo en la población arequipeña.

    Allí estableció el Presidente su primer Cuartel General. La primera acción que desde Islay emprendió fue enviar al general Pedro Bustamante -acantonado a la mitad de camino entre Puno y Arequipa- y al coronel José Gabriel de los Ríos. que se hallaba en Moquegua, la orden de marchar sobre la ciudad de la revuelta, de tal suerte que coincidan con él que avanzaría desde la costa. 

    A fines de octubre el general Bustamante ya se encontraba en Quequeña y pudo enviar algunas avanzadas hasta Yarabamba, esperando tener contacto con algunas de las dos expediciones amigas. De los Ríos, en las inmediaciones del valle de Vítor, se había sumado al avance de Prado. En la primera semana de noviembre, sin oposición alguna, estableció el Presidente su Segundo Cuartel General en el pueblo de Tiabaya. Las avanzadas gobiernistas llegaban hasta Sachaca e, incluso, en las noches realizaban inspecciones de la entrada de Arequipa, incursionando hasta el Beaterio. En la práctica la Ciudad Blanca estaba nuevamente sitiada, como arrinconada contra los volcanes por sus enemigos. 




    Noticia acerca de la revolución de Arequipa de 1867, en el "Harper´s Weekly", semanario norteamericano del 7 de marzo de 1868.

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    QUIEN ESPERA, DESESPERA 

    Prado se encontraba en un grave dilema. Consideraba necesario para el ataque la llegada de los dos poderosos cañones -el "68" y el "Blackey de 300"· y del ingeniero europeo Matheus que había contratado para su traslado e instalación, pero las demoras y dificultades en transportarlos, por piezas y a lomo de bestias por caminos rudimentarios, le obligaban a postergar el ataque a la ciudad. Al mismo tiempo, se informaba que otros pueblos se sumaban a la rebelión, ya no sólo del sur, sino que hasta en el norte empezaban los ataques armados contra las fuerzas de su gobierno y. esto, evidentemente, le aconsejaba sofocar -lo más rápido- la rebelión arequipeña. Puesto así entre dos posibilidades contradictorias, optó por debelar la revuelta de inmediato.

    El Primero de noviembre, "las fuerzas invasoras" de Prado  llegan a Sachaca. Los rebeldes de la ciudad se declaran en vigilancia redoblada en sus trincheras. Ese mismo día un "puñado de valientes "salió fuera de las murallas y sostuvo un tiroteo nutrido con avanzadas del gobierno por "el estanque blanco, mitad de camino  entre Sachaca y la ciudad". (Diario La Bolsa del 8 nov. 1867)

    El 19 de noviembre fue el día fijado para asaltar la ciudad. Prado dividió el ejército en dos mandos: el que personalmente conduciría, que debía atacar por Antiquilla, Beaterio -Yanahuara y, el otro, a órdenes del general Pedro Bustamante. que atacaría por el lado opuesto: Paucarpata. En la fecha proyectada, los primeros disparos los hicieron a las cinco de la mañana y, minutos después, recibieron los disparos de réplica. Ambas partes se enfrascaron en un tiroteo nutrido hasta las seis de la tarde. A pesar que en sus partes militares el Presidente sostenía haber dominado la mitad de la población, mucho había perdido (unos sesenta muertos entre los que se contaba a los mayores Mariano Córdova y Mariano Jiménez), en comparación con lo poco que logró: avanzar sus fuerzas por la otra banda del río hasta quedar frente a la ciudad. Hay que hacer notar que, en el avance, las fuerzas gobiernistas no encontraron mayor resistencia, pues esta área marginal de la ciudad no se hallaba fortificada, ni en ella se encontraban los revolucionarios atrincherados. Casi todas las bajas las sufrieron los gobiernistas, cuando intentaron cruzar el puente para asaltar la primera barricada que encontraron. Al no poderse plasmar el asalto, la impaciencia de Prado, generada por la situación nacional, tuvo que ceder; no quedándole otra alternativa que esperar, prudentemente, la llegada de los famosos cañones. 



    ORGANIZANDO LA RESISTENCIA DE AREQUlPA 

    Todo en Arequipa convergía a la defensa de la ciudad. Se habían levantado barricadas de sillares en las principales entradas a la población: en la subida del puente, al térnlino de la calle de La Merced, en San Pedro, en el barrio de San Lázaro. Comisiones paramilitares, al mando del general Diez Canseco y de la Junta de Notables. reclutaba armas y municiones y organizaban a las unidades de voluntarios. Comisiones de matronas visitaban en sus domicilios a los notables y en sus tiendas a los comerciantes, para recolectar dinero, comestibles. frazadas. Las mujeres de pueblo se organizaban para cocinar detrás de cada barricada el chupe, el jayari, la chicha y hasta picantes para los defensores. Los chacareros, con el concurso de una que otra bestia de carga de su propiedad, se sumaban a los atrincherados. Los herreros, con voluntarios escogidos, se dedicaban a fabricar municiones y hasta a arreglar algunos fusiles, improvisando repuestos con exquisitez artesanal. Otros voluntarios constituían cuadrillas que, en las huertas de algunas casas estratégicamente ubicadas, cavaban para formar estanques donde almacenar agua, por si en el curso de los acontecimientos los sitiadores cortaban el aprovisionamiento. 



    Barricada en Arequipa durante la revolución de 1867. Ilustración del Libro: "Two years in Perú" , Dos años en el Perú , de Thomas J. Hutchinson publicado en Londres en 1873.



    LA LLEGADA DE LOS FAMOSOS CAÑONES 

    La traslación de Islay a Sachaca del cañón de "68"  fue toda una proeza. El arte· facto guerrero pesaba unas cinco toneladas y tenía algo así como seis metros de largo (se aseguraba que sus disparos alcanzaban con holgura unas cinco millas). Más de cien hombres, unas tres docenas de mulas y varias yuntas de bueyes. realizaron la penosa travesía que demoró dieciocho días; y, por fin, el 8 de diciembre llegó a Sachaca. Como había sido necesario transportarlo desarmado, trabajando arduamente durante unos diez días más, recién estuvo en condiciones de disparar. 

    El 18 de diciembre, casualmente significativo para los sitiadores pues era el cumpleaños del general Prado, realizaron los artilleros los primeros disparos del cañon de "68", con éxito tan relativo que les aconsejó esperar la llegada del cañón más grande. Aquellos disparos de prueba fueron recibidos en Arequipa con gran algarabía: se intercalaron los repiques de campanas y el traqueteo de los disparos de fusilería, mientras un gentío enardecido se repartía entre la calle del Puente y la de La Merced, dando vivas a su religiosa causa y mueras al gobierno y al ejército sitiador. 

    Para trasladar el "Blackely de 300", el experto en fortificaciones, ingeniero Matheus y los hombres a su cargo pusieron muchos cuidados. El desembarco en Islay fue tan difícil y penoso que en varias ocasiones casi fracasa la empresa. Prácticamente todo el Perú oficial estaba pendiente de la tarea. En Urna los diarios gobiernistas afirmaban con suficiencia: "cañón más grande ni en Sebastopol" y asumían, que con la sola entrada del "Blackely" en batalla se definiría el enfrentamiento. Lo mismo pensaba y aseguraba Prado y su ejército sitiador, mientras los arequipeños, con un temor disimulado, estaban pendientes de la maniobra. 

    El general Pedro Diez Canseco imaginó un intrépido plan: destruir el "Blackely" en pleno traslado de Islay a Arequipa. Para ello, envió un propio a Moquegua, donde se encontraba el coronel Andrés Segura, para que el, cumpliendo detalladas instrucciones, acometiera la empresa. Es así que Segura tomó el camino de la sierra en dirección a Arequipa y, cuando se hallaba por las inmediaciones de Chiguata (aparentando que su objetivo era entrar a Arequipa para reforzar a los sitiados), fue amagado por el general Bustamante, quien obedeciendo órdenes de Prado cambió su posición más al noroeste interceptando el avance de Segura hacia Arequipa. Segura y sus fuerzas, con aparente desaliento, fingió ser impedido de entrar en Arequipa y dirigió su retirada al valle de Tambo. Entretanto, Diez Canseco dispuso que la caballería de la revolución, a órdenes del comandante Nieto, distrajera a la caballería de Prado. ya que era el arma que los gobiernistas podían utilizar más fácilmente para custodiar el traslado del "Blackely de 300"; y, es así, cómo, el 19 de diciembre se enfrentaron en combate en la Pampa de Miraflores ambas caballerías. Después de estos enfrentamientos, Nieto se replegó a Arequipa, aparentemente derrotado por la caballería de los sitiadores. comandado por el coronel González Mugaburu. Todos estos desplazamientos, a iniciativa de Diez Canseco, tuvieron la finalidad de permitir a Segura marchar sobre el famoso cañón y destruirlo. 

    En bloqueo, el 21 de diciembre, siendo las dos de la madrugada, los revolucionarios de Segura tomaron por asalto a los expedicionarios que trasladaban el famoso cañón. Antes habían incendiado varios postes del telégrafo y derrotado al destacamento que custodiaba el avance. De inmediato quemaron los aparejos que servían para el transporte de la pesada carga, enterraron las piezas más grandes del Blackely y, aquellas de más fácil traslado, las acondicionaron en las mulas de los propios gobiernistas. Sin embargo, la postura de los revolucionarios no era nada cómoda. Estaban prácticamente encerrados. No podían tomar el camino a Arequipa, donde estaba Prado; ni el de Tambo, donde ya había llegado Bustamante. Por añadidura en lslay, se encontraba un destacamento gobiernista a órdenes del coronel Mariano Cornejo. 



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    Segura emprendió el avance sobre lslay y en la quebrada de Catarindo encontró a la avanzada opositora, que venía tardíamente a custodiar el cañón. En aquella quebrada, en las inmediaciones de los cerros de Tintayani, se libró feroz combate que dejó varias docenas de muertos, imponiéndose Segura y sus revolucionarios que supieron defender en el enfrentamiento el preciado trofeo destrozado. 

    La alegría de los niños, que entonaban sus villancicos de Nochebuena, era pálida en comparación de la que sus mayores disfrutaban en la Navidad de 1867. Informados de la destrucción del "Blackely de 300" y del triunfo de Segura, los arequipeños festejaban al compás de la Navidad estos éxitos que aseguraban el triunfo final. Por creación anónima se puso nueva letra a la canción, que por esos días estaba de moda en la ciudad, "Los Monos". En picanterías y barricadas  arequipeños -palmeando- cantaban: 

    "El mono de Prado
    ¿Qué se pensaría?
    entrar a Arequipa
    ¿con su artillería'!'"

    "' ¡Ay! monos ¡Ay monos!
    contaditos están todos."

    "Esta artillería 
    ¿Quién inventaría?
    El cassa Morales 
    de La Ranchería."

    " ¡Ay! monos ¡Ay monos!
    contaditos están todos."
     (Cabrera Valdez. 1928).





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    Un Cañon Blackely, "Cañon del Pueblo" en el Callao 1866.

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    EL ATAQUE DEFINITIVO 

    El panorama entre los sitiadores era totalmente distinto. El desaliento por las noticias recibidas, la lejanía de los suyos en la ocasión navideña, las incomodidades del campamento, la situación prolongada e incierta y hasta la envidia por el alegre trepidar de los cohetillos y el fulgor de las luminarias que se esparcían en el cielo de la plaza sitiada, los sumía en la antesala de la desesperación. El Presidente reunió a su comando y, luego de un balance de la coyuntura, decidieron atacar Arequipa inmediatamente pase la Navidad . 

    Apenas despuntaba el alba del 26 de diciembre, cuando los gobiernistas empezaron a cañonear, con la esperanza de tomar por sorpresa a sus enemigos y avanzar posiciones de un modo fulminante. Efecto que no consiguieron, pues los disparos del "68" no llegaban a la ciudad y destrozaron algunos parapetos sin importancia; tanto exigieron a este cañón que, alrededor de las ocho de la mañana, reventó y se inutilizó definitivamente. Prado tuvo que posponer para mejores circunstancias el ataque planificado.

    Al día siguiente. el vencedor del Dos de Mayo, envió a Bustamante y el destacamento a su mando por la ruta de Paucarpata, con el objeto de que distrajera la defensa mientras el ataque se realizaba por el puente, bajo su mando. El batallón "Zapadores" consiguió atravesar el río y colocó una mina que terminó por destruir parte de la primera barricada; sin embargo, el tiroteo que los recepcionó fue tan nutrido que no pudieron avanzar más, por el contrario, retrocedieron y consiguieron los primeros muertos y heridos del día. 

    Por la lloclla de San Lázaro se produjo el segundo asalto, que en el plan de los sitiadores era el factor sorpresa, pero allí los revolucionarios habían preparado una celada y, sin defensa aparente, la barricada fue remontada por el batallón "Callao", a las órdenes del Jefe de Asalto el coronel Manuel Carrasco. Cuando esto sucedió y la misma barricada remontada se convirtió en muralla que impedía el repliegue de los sitiadores, comenzaron los paisanos a disparar por todos los flancos y desde posiciones muy bien disimuladas. Pocos gobiernistas se salvaron huyendo. Cayeron muertos el coronel director del ataque, numerosos oficiales y soldados y algunos anonadados cayeron prisioneros. Aparte del éxito en esta escaramuza sangrienta, los revolucionarios consiguieron armas y municiones. 

    Entendiendo Prado que se le esfumaba toda posibilidad de victoria, ordenó un ataque a fondo con todas sus fuerzas entonces disponibles ·los batallones: Zapadores, Yungay y 28 de Febrero, quienes bajo intenso fuego rebelde cruzaron el río prácticamente sumergidos en el agua hasta la cintura. A pesar de sus hombres que caían en la empresa, los atacantes al sentirse partícipes de una bullanguera mancha de unos dos mil soldados al asalto de la ciudad, creyeron unos instantes en el éxito y, con ferocidad, disparaban sus armas cubriendo a sus compañeros que empezaban a escalar las barricadas albas. El coronel Felipe Ortiz, jefe del Yungay, desesperado comprobó que, al cruzar el río, las municiones transportadas a lomo de mulas se habían humedecido e inutilizado. De inmediato envió a pedir más municiones, pero, entonces, el lento y cuidadoso tránsito de la hilera solitaria de cinco mulas se convirtió en el fácil blanco de los defensores. La tropa atacante, al pie de la barricada, sin municiones. sin poder atacar, ni menos, regresar, levantó banderas blancas y rendida entró a la ciudad en calidad de prisionera. 

    El júbilo en Arequipa era indescriptible. Las campanas repicaban como queriendo agotar todos sus tañidos. Los cohetones, en el estallido de sus vientres, expresaban la alegría de sus manipuladores. Las gentes, olvidándose de formalidades y respetos, se abrazaban entre sollozos y besos. Las mujeres piadosas se arrodillaban y besaban la tierra o, a viva voz, lanzaban al cielo sus plegarias; incluso algunas, con gesto solemne, sujetando con una mano la manta cruzada sobre el pecho, con la otra dispuesta en forma de cruz. impartían bendiciones urbi et orbi. Los arequipeños, presos de la alegría que da el triunfo de un empeño colectivo, recorrían su ciudad iluminada por la luz de regocijo que salía de las puertas abiertas de los templos y tabernas. De las casas amuralladas se escuchaban los cantos de los niños adoradores. que con sus chinchines acompañaban sus estridentes entonaciones: 

    "Adiós Niño lindo, 
    adiós, Niño amado; 
    ya me voy contento 
    de haberte adorado .... “ 

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    Por su parte, el coronel Mariano Ignacio Prado que por dos períodos se había desempeñado como Prefecto de Arequipa; que estaba casado con la dama arequipeña Magdalena Ugarteche; que había sido encumbrado como Jefe Supremo Provisorio por la rebelión popular arequipeña de 1865; que había constituido la Dictadura. que en 1866 declaró la guerra a España y que tuvo el exitoso coronamiento del Dos de Mayo; que fue elegido Presidente de la República, en unas elecciones simultaneas con las de los representantes al Congreso Constituyente de 1867 y en las que él fue, paralelamente. candidato único y Jefe de Estado; en los últimos días del año de 1867, logro reunir unos mil quinientos soldados que le habían acompañado en su ataque a Arequipa y regresó a Lima, donde renunció a la Presidencia de la República el 5 de enero de 1868. [...]

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    El gobierno de Mariano Ignacio Prado , que en enero de 1867 puso la construc­ción del "Ferrocarril de Arequipa" en la dimensión de las calendas griegas; fue el que mandó proclamar la Constitución "impía", en setiembre de 1867; y, el que fue derro­tado, personal y definitivamente, el 27 de diciembre de 1867, por una rebelión armada del pueblo arequipeño. (Historia General de Arequipa. Pg .514).



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    El día 8 de enero llegó al Callao el general Francisco Diez Canseco, quien asumió provisoriamente el poder hasta el día 22 de enero, cuando lo entregó a su hermano, el general Pedro Diez Canseco. De esa manera, este personaje asumió por tercera vez la presidencia provisoria (anteriormente lo hizo en 1863 y en 1865). Se restableció la Constitución de 1860 y se convocó a elecciones en las que resultó triunfante José Balta.

    Se apresuró Diez Canseco a anular todos los actos administrativos del régimen de Prado y así borró la obra de la dictadura y la del Congreso Constituyente. Por otro decreto fue hecho el reconocimiento de todos los sueldos, pensiones y diferencias corres pon dientes a los años de 1866 y 1867 y que da ron ex pe di tos para volver a sus cargos los empleados que se hallaban en funciones el 8 de noviembre de 1865. La Constitución de 1860 recibió nuevamente vigencia y se convocó a elecciones para pre si den te y vicepresidente de la República y para la totalidad del Congreso conforme a las anteriores le yes de colegios electora les. Los dos tercios del Congreso anterior de 1864, último en funcionaran tes de la Constitución del 67, que da ron así eliminados aun que sus componentes podían invocar el mismo título le gal que Diez Canseco. Se alegó el paso del tiempo y la conducta de algunos re pre sen tan tes. Diversos funcionarios diplomáticos, autoridades políticas y altos emplea dos administra ti vos, fueron removidos, declarándose que tenían derecho a goces. Un decreto especial borró del escalafón militar a Prado, sus ministros, prefectos y jefes militares y ordenó que no se reconocieran los ascensos otorga dos a partir de la dictadura.(2)



    CONCLUSIONES

    • La revolución de 1867 fue una lucha armada contra las arbitrariedades e imposiciones del poder central de la República, por su defensa de la legalidad, por su defensa de la religión católica.
    • La aristocracia arequipeña inestabilizó la República , aunque ella misma no se dio cuenta de ello. Sus "razones" fueron: "La defensa de la ley", "la moralidad de la República", "la defensa de la religión" o del "civismo de los hombres libres" en contra de los militares que se aliaban con la aristocracia limeña y que, a duras penas, mantenían el poder formal del Estado sin el correlato de una dominación económica que los sustente. 
    • El general Pedro Diez Canseco, decreta la construcción del "Ferrocarril de Arequipa".

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    Fuentes:
    • Historia General de Arequipa 1990. (1)
    • Basadre Grohmann, Jorge: Historia de la República del Perú (1822 - 1933), Tomo 6. Editada por la Empresa Editora El Comercio S. A. Lima, 2005 (2)
    • Imagen de portada: Estampa que representa el sitio de Arequipa, Perú, en 1867. A la izquierda se ve al presidente Mariano Ignacio Prado dirigiendo las operaciones; al fondo la ciudad coronada por el volcán Misti.