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    La Mula Herrada


    De pesada se calificó siempre a la calle de la Ranchería (antes callejón de Calula) con sus anexos el de Ilabaya y la Calle Nueva.


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    Nota : Probablemente el callejón de Ilabaya sea el que  antiguamente hacia su ingreso por la calle siglo XX antes de su apertura y que se ubicaba frente a la Plaza de Santa Marta hoy Plaza España. La Ranchería es la actual calle Octavio Muñoz Nájar.

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    Era esto debido a que a fines del siglo XVIII apareció y sentó sus dominios en ella un  monstruo que durante muchos años aterrorizó el barrio y la ciudad entera.


    Su presencia se anunciaba desde lejos  con gran estruendo como de arrastre de cadenas y golpes de cencerros bufidos estruendosos y los pocos  que lo habían visto, aunque nunca de cerca, lo describían como teniendo la forma de una mula que arrojaba  fuego por los ojos, boca y narices.


    Generalmente los días viernes de la semana  a la una de la noche empezaba  sus carreras  que se extendían desde Porongoche hasta lo que  es hoy la calle Colón sin perjuicio de que  también cualquier  otra noche  se presentaba inopinadamente.


    En esa época no existía más policía que la ronda nocturna que después de la que hacia el alcalde del cabildo acompañado de dos regidores  y uno o dos corchetes. Algunas veces esta ronda procuró poner  en claro el asunto  y esperar  al monstruo  para ver como decían entonces si era cosa de esta vida o de la otra;  pero apenas se oía el estruendo la ronda  ponía los pies en polvorosa.




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    En  una tiendecilla de carrula vivía un sastre remendón que le echaba de guapo y ofreció hasta capturar al fantástico animal.


    Al efecto un día viernes multiplicó sus ordinarias libaciones de chicha completándolas con sendas copas de chuchucao. Poco antes  de la una se instaló en la puerta de su tienda dejando cerrado uno de los lados. No pasó mucho tiempo en que por el lado de Porongoche empezó a oírse el rugido aterrador y la trepitación  del suelo como bajo el peso de una carga de caballería.  A pesar de los ánimos del buen sastre  no pudo menos que acabar de cerrar su puerta y esconderse en uno de los ángulos del cuarto; pero aún tuvo tiempo de ver que el monstruo  era realmente  como un amula disforme. Al pasar precisamente delante de la tienda dejó oír  un ruido metálico como el de una campana.


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    Nota: Chuchucao especie de aguardiente.

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    Pasado el peligro abrió el sastre su puerta y vio en medio de la calle un objeto reluciente se animó a cogerlo y vio que era un herraje  de tamaño enorme  mucho más grande  que el de los actuales  caballos normales. Después de considerarlo con suma atención dijo: este herraje no puede  haberlo forjado ni remachado sino mi amigo el maestro mayor d ellos herradores Antonio Jiménez y ya tengo el hilo para dar yo también en el clavo.


    Es de saberse que en esa época los herradores ejercían  su oficio al aire libre en la plazuela de Santa Marta alrededor de cuya iglesia instalaban sus toldos; pero uno que otro se instalaba a la entrada de los caminos de la ciudad.


    De este número era el maestro Jiménez, que tenía su toldo a la entrada del callejón Ilabaya y acaparaba todo el trabajo de albeitería que le proporcionaban los arrieros y demás trajinantes que venían de Paucarpata y pueblos vecinos y hasta de Moquegua y Tacna; con lo cual había juntado realeo y decía generalmente: a don Antonio Jiménez no le cortan un brazo por quince mil pesos. Era tenido como buena persona; y en efecto era honrado y trabajador y jamás tuvo negocios con la justicia.



    El Callejón  Ilabaya pudo ser que se ubicase frente al Tambo de Santiago,  este tambo se convirtió en  cuartel un tiempo y luego en terrenos del Palacio de Justicia. Pasó mucho tiempo hasta que se aperturó la calle Siglo XX, por lo que pudo también ser un acceso hacia los para entonces terrenos de cultivo.

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    La plazuela de Santa Marta es la que hoy conocemos como Plaza España.  Pintura: Antiguo Templo de Santa Marta , 1920, óleo sobre Lienzo, obra de Enrique Masías, pintor puneño de orígenes arequipeños (colección Jaime Paredes) , se puede apreciar en el libro de Omar Zevallos, Los Acuarelistas Arequipeños. La segunda cuadra de la actual Calle Colón era conocida como la calle de los Herradores en 1825.

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    No muy lejos de la casa del maestro mayor vivía una buen amoza que apareció sin saberse de donde venía y que observaba  una vida misteriosa.


    La puerta de su casa no se abría jamás sino para dar paso a una sirvienta pelona muda como un pez cuando le preguntaban algo respecto se su ama.  Esta gozaba de toda clase de comodidades y no se trataba sino con el maestro mayor herrero Jiménez que era su compadre; pues doña Catalina que así se llamaba la incógnita  era madre de un precioso retoño.


    Apenas amaneció el sábado siguiente  al que nuestro sastre remendón recogió  el herraje lo llevó a Jiménez quien efectivamente lo reconoció como su hechura y le contó la más extraña historia.


    Según dijo cada uno o dos meses se le presentaba un mocetón trayendo a herrar una mula de cascos tan enormes como le manifestaba el herraje; le pagaba bien el trabajo de calzarla de nuevo y se iba sin querer decir quién era el dueño de la caballería y de dónde venía.


    Varias veces intentó seguirlo, pero mozo y mula se le desaparecieron siempre como por ensalmo.


    Al día siguiente se le presentó de nuevo el mozo trayendo la mula para reponerle el herraje que había perdido; el maestro Jiménez a pesar de su pericia, preocupado como estaba, con el asunto puso un clavo en falso y con un fuerte golpe lo hizo penetrar en carne viva y ¡oh prodigio! La mula dio un respingo y un grito humano diciendo: ¡ay compadre! Atónito este vio que la mula había tomado la cara de su comadre doña Catalina y cobró tal susto que arrojando el martillo pujavante  y demás útiles del oficio, corrió hasta media legua.


    Cuando volvió, mozo y mula habían desaparecido.


    No pasó mucho tiempo en que doña Catalina desapareciese de su casa tan misteriosamente como había venido y desde entonces cesaron las correrías de la mula herrada.


    Ladislao Cabrera Valdés.


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    El Historiador



    Manuel Ladislao Cabrera Valdez  (*1855 -  +1931 ). Militar e Historiador, Arequipa le debe muchas páginas de su historia, sacadas de viejos archivos y memoriales con paciente y ejemplar dedicación. Esta tradición se publicó como una antigualla  en el diario El Deber de julio de 1931, meses antes de su fallecimiento.

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